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miércoles, 9 de octubre de 2019

Circe y Odiseo

En el canto X de la Odisea se dice que, al llegar a la isla de Circe, dieron a los hombres de Odiseo una calurosa bienvenida lobos y leones tremendos que, sin embargo, se portaban como perros zalameros. Luego cuando Circe convierte a los hombres de Odiseo en cerdos, se intuye que lobos y leones no eran más que otros hombres encantados por ella, pero más nobles, como muestra que no fueron convertidos en cerdos, sino en animales depredadores.

Gracias a la hierba moly (ese es el nombre que le dan los dioses, pero no sabemos cuál es), el brevaje no surte efecto con Odiseo y, entonces, Circe le pide que se acueste con ella, porque, aunque Homero no lo dice, se encuentra ante un hombre digno de ella y ante quien no surten efecto sus poderosos encantamientos. Odiseo no podía decir que no a una diosa y, además, esa era la única forma de salvar a sus compañeros del hechizo.

Lo gracioso de Homero es que no nos cuenta cuándo se acostaron ni qué hicieron en la cama (¿para qué contar lo que ya todos imaginan y que además está en el ámbito de lo mistérico: la sagrada cópula?), sino que se limita a presentar a Odiseo bañándose y luego cenando. Pero yo me quedo con la intriga de saber si se acostaron y luego él se bañó y comió o si se acostaron tras el baño y la comida. Lo digo no solo por curiosidad morbosa, sino, sobre todo, porque me interesa saber si para una diosa el baño y la cena son parte de los prolegómenos o más bien cumplen la función del cigarrillo.

martes, 19 de abril de 2011

Donde esté un buen nazgûl, que se quite el coche


Me han contado muchas veces que a mis tres años arranqué el Land Rover de mi padre con un montón de niños dentro y lo estampé contra la pared de mi casa, que era fuerte como las murallas de Constantinopla.

Pues bien, a eso se reduce mi relación con los coches.

Siempre me gustaron los androides, las máquinas espaciales, los caballos, los dragones, Mazinger Z y los gigantes, pero los coches, ya desde niño, me aburrían. Para que los coches hagan algo (y todo lo que hacen es totalmente previsible), basta con pulsar botoncitos, mientras que los dragones, los caballos, los nazgûl y los centauros... oh, cuántas facultades nos exigen, qué de habilidades y capacidades, qué de músculos y de reflejos tiene uno que tener para manejarlos, domarlos y convertirlos en un músculo más de nuestro cuerpo, qué conocimientos de anatomía mitológica y qué de trucos transmitidos por tradición oral ha de conocer uno, qué sabiduría, en fin, se ha de poseer para montarlos dignamente. No hay carné de conducir dragones porque la sabiduría del montador de dragones no la expide un organismo, sino Dios.

Un coche es una cosa que va muy rápido, pero uno está en él muy quietecito. No mola. No mola.

Cuando alguien en el clan Cotta se compra un coche nuevo, allá que van todos a admirarlo y a tocarlo. Yo me hago el longui, y si no puedo, finjo que me maravilla tanto coche y tanta flamancia. Y un segundo después se me ha olvidado el color y la marca del coche.

El único coche que identifico por la calle es uno de color violeta, muy sucio por dentro, pero quien lo conduce tiene la piel limpia y suave y me lleva en ese coche a las playas rubias para quererme mucho. Por eso son necesarios los coches, que, si no...

sábado, 10 de enero de 2009

Un microrrelato en Sólo la mar


Os remito a la siguiente entrada de Octavio:


Se trata de un microrrelato que ha compuesto a raíz de mi entrada de hace dos días acerca del mito de Hero y Leandro. Me gusta porque el anhelo de amor y belleza es en ese Leandro de Octavio más grande que el miedo a la muerte. Cuando un héroe no puede alcanzar su trofeo, lo más digno es morir y que lo vean las estrellas. Es un sentimiento viril y noble. Me gustan las personas que valoran el amor o la belleza más que su vida. Me identifico con en ese microrrelato fino y vigoroso.


No es la primera vez que, desde que bitacoreo, mis lectores y yo acabamos escribiendo obritas conjuntas, cada uno con su estilo y del modo más imprevisto. Ventajas de Internet.


Para colmo, el microrrelato me lo dedica a mí.

Gracias.

viernes, 9 de enero de 2009

Hero y Leandro

Hero y Leandro se amaban, aunque los separaba el estrecho del Bósforo. Todas las noches Leandro cruzaba el estrecho a nado para amarla, y se puso cuadrado de tanto nado. Ella encendía un farol rojo para que él no se estrellara contra las rocas. Una noche de tormenta, Leandro se ahogó y Hero lo encontró muerto al amanecer y ella murió con él.
En su manual de mitología, Ruiz de Elvira cuenta que los ilustrados franceses, los que adoraban la razón, dudaban de la veracidad de este mito griego tardío. Y Lord Byron cruzó el estrecho a nado para demostrar que la proeza de Leandro era posible. Los amantes hacen muchas cosas que los razonables no pueden hacer ni entender.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ulises

Esta noche de invierno y de sosiego,
Telémaco, recuerdo la nobleza
de Alcínoo, aquel rey que oyó mi ruego
y sin saber quién era, con alteza
me acogió. Ya en la mesa, un bardo ciego
-Demódoco es su nombre- con destreza
cantó mi historia. Y yo sentí tal fuego
que cubrí con un velo mi cabeza.
Nadie veía en mí más que un extraño
y tan sólo aquel ciego me veía
con cantos que llegaron un buen día
antes que yo a mi patria.¡Cuánto daño
para los náufragos que desesperan
si los aedos ciegos no existieran!

viernes, 11 de julio de 2008

Las cuevas




El mito platónico de la caverna eclipsa a veces el profundo erotismo que emana de las cavernas. En una cueva, para resguardarse de una tormenta, Eneas gozó a Dido. En una cueva gozaba Calipso cada noche a Ulises, aunque éste suspiraba en secreto por Penélope. Y en una caverna sagrada de Cibeles, tras una cacería, Atalanta e Hipómenes se enlazaron y Cibeles los convirtió en leones.


Yo no sé qué tienen las cuevas.

jueves, 26 de junio de 2008

Cuando el cuerpo es un objeto. Pigmalión y Laodamía


La terrible realidad es que los cuerpos pueden ser tratados como objetos, como demuestran los cirujanos plásticos y, de un modo más espantoso, los torturadores y mutiladores. Esto nos horroriza porque sentimos el cuerpo como nuestro yo y, por tanto, cuando lo tratan como una cosa que se mide en centímetros y gramos, nos están tratando como a una res.
Leí hace unos días en el periódico que en la costa occidental de Canadá ha aparecido un quinto pie mutilado. Antiguamente, como señal de respeto, se enterraban los miembros enfermos mutilados del cuerpo. Hoy se consideran tan sólo resto sanitario. Creo que es en El quimérico inquilino, de Roman Polanski, donde el prota cuenta cómo le pidió al médico la pierna que éste le acababa de amputar a su padre. El médico le preguntó para qué la quería y él respondió que para enterrarla. Yo le habría respondido con otra pregunta: ¿Y usted para qué la quiere? ¿Para dársela de comer a los perros?
Un consolador es una cosa muy triste. Es amputar a un hombre. ¡Con lo bien que está disfrutar del propietario entero del falo!
Recuerdo ahora el mito de Protesilao y Laodamía, que es comop el de Pigmalión, pero al revés: en el mito de Pigmalión, los abrazos de Pigmalión humanizan la estatua: convierten el objeto en sujeto; en el de Protesilao la estatua es un sustituto de la persona, pero nunca llega a ser una persona.
Protesilao fue el primer griego que murió en la guerra de Troya, porque tuvo la osadía de descender el primero del barco (Aquiles, más sensato, esperó que descendieran primero los valientes). Pidió a los dioses el favor de volver a la vida para estar un tiempo con su recién esposa, que había hecho la misma petición. En ese tiempo, ella confeccionó una estatua de cera igualita que la de su marido. Cuando su esposo volvió a morir, ella se abrazaba cada noche a la estatua, hasta que un día su padre descubrió su delirio y arrojó la estatua al fuego y ella se arrojó a los brazos de la estatua en un abrazo abrasador y así murió. No sé si llegó a pensar que la estatua era el marido o si se suicidó por la vergüenza de que su padre la hubiera descubierto liada con un muñeco hinchable (yo por lo menos no podría soportar el baldón de que me descubrieran montándomelo con una muñeca hinchable).
En fin, las cosas son cosas; las personas, personas, aunque hay personas que se empeñan a tratar como a personas ciertas cosas (el descapotable, el mechón de Lenon...) y como a cosas a ciertas personas.

martes, 17 de junio de 2008

Entono la palinodia

Tiene razón Lola en su comentario a mi entrada de Orfeo y las mujeres. No fue Orfeo quien intentó violar a Eurídice, sino Aristeo. Yo creía haber leído en algún lugar una de esas versiones aberrantes y únicas (a las que soy aficionado, como esa de que Penélope se acostó con todos los pretendientes y engendró de todos ellos a Pan) según la cual era Orfeo el violador. Pero esa versión no la encuentro en ningún lugar. Gracias, Lola, por tu aclaración.

domingo, 15 de junio de 2008

Orfeo y las mujeres

Ahora que la corrección política impone que, más que otras personas, las mujeres y los homosexuales reciban toda nuestra solidaridad y apoyo, me he encontrado con un mito griego que enfrenta a estos dos grupos y lo c0nsigno aquí porque me gusta poner en aprietos a la corrección política. Se trata de lo mal que llevan muchas mujeres el hecho de que tantos hombres (hombres de buen ver, hombres de cierta edad, hombres de ciertos ámbitos...) las abandonen o las ignoren, atraídos por el homoerotismo.
Orfeo estaba persiguiendo a Eurídice para violarla, pero a ésta le picó una víbora y murió. Orfeo descendió a los infiernos para rescatarla y allí sorteó con su excelsa música todo tipo de riesgos y monstruos y obtuvo de Hades el privilegio de llevarse a Eurídice de regreso a la luz, con la condición de que Orfeo no mirara hacia atrás durante el camino de regreso. Pero Orfeo miró hacia atrás y Eurídice regresó a los infiernos de donde aún no ha salido (la mujer de Lot se convirtió en estatua de sal por mirar hacia atrás, pero la de Orfeo volvió a morir no por mirar hacia atrás, sino porque Orfeo miró hacia atrás. Al menos así se librará de que Orfeo intente violarla de nuevo).
A lo que voy. Después de esto, Orfeo se cansó de las mujeres, a las que les da por morirse, y se dedicó a los hombres. Era la suya una homosexualidad intelectual, lo cual no excluye la corporal. Los hombres dejaban las armas en la puerta y se reunían con él y él les explicaba cómo comportarse en vida para sortear en el más allá los peligros que él tuvo que sortear. Las mujeres estaban muy enfadadas, porque Orfeo les robaba a los hombres que era lo que a ellas más les gustaba, lo que las hacía madres y atractivas. Para colmo, Orfeo no se contentaba con quitarles hombres, sino que además no les revelaba cómo salvarse en el más allá, lo cual era como decir que las mujeres no son humanas o no tienen alma. Así que ni cortas ni perezosas, las mujeres agarraron las armas de aquellos hombres y les cortaron las cabezas (las de arriba).