lunes, 29 de enero de 2018

Cuatro despistes

Como los despistes no dejan demasiado mal a quien los sufre, me atrevo a contar cuatro recientes:

a) Salía el otro día de mi casa y no encontraba el sombrero. Mi casa no es grande, pero el sombrero sí. Total, que me resigné a salir sin él y he aquí que, cuando llego al trabajo, me dice una compañera que voy mi guapo con mi sombrero.

b) Un alumno no sabe traducir en el examen la  máxima latina "Sursum corda", pero comenta: “Así llamaría el profesor a su caballo”. Solo entonces recordé que, en el entusiasmo que pongo siempre en la presentación de cada máxima, yo había dicho que ese nombre me encantaba para un caballo. Con razón cuando alguna vez releo un libro mío me digo a mí mismo: ¿cómo se me ocurrió esto?

c) En mi departamento, durante un hueco de mi horario, escribo en un papel las preguntas de los tres exámenes de tres asignaturas distintas para pasarlos en mi casa al ordenador. Cuando llego a casa, el papel no aparece por ningún sitio. Tampoco esa misma tarde en el departamento. Ubi est? “Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora”

d) Tras cambiar de trayecto, por variar un poco, me pierdo y llego tarde al trabajo. ¡Veinte años pateando Sevilla con la cabeza siempre en otro sitio!

lunes, 22 de enero de 2018

Gracias, Jaume Vives, por representar a Tabarnia

Reconozco que la persona que más simpática me cae hoy mismo en España es el portavoz de Tabarnia, Jaume Vives. Si pudiera, le daría mi abrazo y toda mi benevolencia. Rezuma simpatía, buen humor, inteligencia y sensatez. Tiene un discurso que, por integrador, es moralmente irreprobable y políticamente incorrecto, como Dios manda. Los que lo acusan en las redes sociales de fobias varias (ahora todos los que disienten de las modas y la presión social sufrimos, por lo visto, una fobia) hacen el discurso contrario: moralmente reprobable pero políticamente correcto.

Desde aquí lo animo a no tirar la toalla por esas críticas estúpidas. Son señal del éxito de Tabarnia. Si les diera igual, no se habrían molestado los rabiosos antitabarnistas en intentar abatir al portavoz.

A mí me parece magnífica la propuesta de Tabarnia e irreprochable su representante. Así como los secesionistas, buscando la mayoría y con la ley electoral hinchándoles los votos, delimitan qué parte del mapa de España tiene derecho a salirse de España, los antisecesionistas también tienen derecho a delimitar qué parte del mapa de esa parte de España que es Cataluña tiene derecho a salirse de una supuesta republiquita independiente catalana.

Si Tabarnia es eso que explico aquí y su representante es Jaume Vives, ¡viva Tabarnia!

lunes, 15 de enero de 2018

Mi paisana Claudia Prócula

De los personajes del evangelio siempre me cayó especialmente bien Claudia Prócula, la esposa de Poncio Pilato. Su intervención es exigua, pero noble y con un toque maravilloso: intentó disuadir a su esposo de condenar a Jesús porque había soñado que era un hombre justo. Y el evangelista consideró su intervención digna de figurar en el evangelio.

Me gusta por varias razones: porque es la única gentil, que yo recuerde, que intervino a favor de Jesús; porque ese impulso le vino a través de un sueño; porque todos los personajes que en el evangelio reciben revelaciones a través de sueños me caen simpáticos: san José, los Reyes Magos y Claudia Prócula; porque es una mujer valiente que se opone a una condena elaborada por varones; porque, frente al mundo de leyes manipuladas y juicios amañados por los enemigos de Jesús, ella enarbola el simpecado de un reino que no dominan los hombres, sino los ángeles: el reino de los sueños; y porque, como ha demostrado mi amigo e historiador local Francisco Baquero Luque, era paisana mía, de Cártama, como descubrió él en una lápida hallada en la finca de un lugareño, la cual, por desgracia, fue destruida en una obra.

Es el momento de escribir una novela sobre Claudia Prócula, si es que aún no la hay. ¿Alguien se anima?

Esta noche, cuando me eche a dormir, pensaré en ella y le pediré a los ángeles que me regalen algún sueño revelador y bonito, aunque, al despertar, no me acuerde de él.

domingo, 14 de enero de 2018

Villaperdida de Andalucía

En Villaperdida de la Andalucía Profunda, entre montañas y balidos de oveja, en cuya iglesia el pintor ha pintado a un Adán y una Eva tan sumamente desnuditos y apetitosos y deseosos el uno del otro, que casi uno peca de vista con solo un vistacillo, intenta desasnar a los hijos de los pastores y labriegos mi amigo A recitando a Miguel Hernández. Sus alumnos, aunque tienen un fondo de nobleza, son de un basto que no puedo encarecer aquí sin insultarlos o compararlos con el alcornoque. Y él ha tenido hasta poco una crisis existencial por ello, hasta que un alumno le recitó, porque no sabía escribir, un romance de un pastor hablándole a una loba. Y entonces el profesor se puso a recoger con los abuelos de los alumnos romances, nanas y cuentos populares de Villaperdida. Y ha reunido tantos folios, que el ayuntamiento va a publicar un libro. Es el primer libro en el mundo que se escribe sobre Villaperdida de la Andalucía Profunda y todo gracias a un foráneo.

Contiene la antología unos cuentos encantadores. En ellos no hay princesas ni castillos ni ogros ni reyes, sino un hechicero que quiere impedir que un jornalero, joven, pobre y guapetón, se case con la hija del dueño del cortijo. Pero al final el ingenio y la bondad del muchacho pueden más que los negros poderes de la hechicería, y el muchacho se casa con la guapa. La Administración de Educación no le levantará a A un monumento porque a ella lo que le importa es que A siga “las buenas prácticas docentes” y no que traiga un soplo de nobleza y de belleza a un pueblo dejado de la mano de Dios. ¡Dios, qué buen vasallo si tuviera buen señor!

Espero al menos que el ayuntamiento le ponga el nombre de A a una calle y que en el pueblo los jornaleros buenos y guapos se casen con las ricas buenas y guapas.

lunes, 8 de enero de 2018

Trabilonforrichipitoclulilontubulubarribarla

De niños mi hermano Alfonso y yo nos inventábamos idiomas, que básicamente consistían en sustituir unas consonantes por otras hasta hacer la lengua irreconocible y, a veces, adornábamos la lengua con las terminaciones que nos parecían más eufónicas (-eus, -lar, -orum…) y le añadíamos, en fin, tantos embellecedores, que acabábamos convirtiéndola no ya en una lengua en clave, sino en casi otra lengua, con otras normas y otras palabras.

De todos aquellos experimentos infantiles me ha quedado una lengua en clave que sigo utilizando en mis papeles secretos y que ya me revelaban como futuro filólogo, porque, en mi intuición, agrupé las consonantes en labiales, dentales, guturales, líquidas y vibrantes.

Pero lo que más recuerdo de aquellos días fue que una vez, a un hermano mío más pequeño, Alfonso y yo le comenzamos a decir que nos dijera, mientras mi madre lo pelaba, cómo se iban a pronunciar en una lengua inventada por él las letras del abecedario. Este hermano mío era más pequeño y aún no tenía claro el concepto de fonema, así que nos dijo que la “a” se iba a pronunciar algo así como “tamborlán” y la “b” algo así como “chivilir”. ¡Lo que nos reíamos Alfonso y yo formando palabras tan interminables en el idioma de nuestro hermano, cuando aún no habíamos oído hablar del interminable lenguaje de los ents de Tolkien! Por ejemplo, “salud” se decía algo así como: Trabilonfo-sichipitoc-lulilón-tubulú-barribarla.

 Pues, eso, amigos, que os deseo mucha Trabilonfosichipitoclulilontubulubarribarla y, por supuesto, próspero año nuevo.