viernes, 29 de octubre de 2010

Un buen regalo para un niño

Una de las sensaciones más felices e intensas que recuerdo de mi infancia era dar una mano a mi hermano José Miguel y la otra a mi hermano Timoteo, que ya eran muchachos, y dejarme arrastrar por ellos con los brazos en cruz en una loca carrera. La gracia estaba en que yo avanzaba gracias a su empuje, pero ellos se las ingeniaban para que yo tocara siempre el suelo con los pies y eso provocaba la sensación realísima de que era mío tanto ímpetu. Yo era el gato con botas a grandes zancadas por el mundo y podía echar a volar en cualquier momento. Aquello era la cuadratura del círculo: la velocidad total y la protección total.

Ellos ni se imaginan con qué fuerza se imprimía en mis neuronas aquella generosa dádiva de sus músculos juveniles, consistente en velocidad, placer y poder.

Si queréis hacer feliz a un niño, hacedle ese regalo, porque, luego, cuando sea adulto, no habrá máquina, droga ni persona capaces de darle esa bomba de felicidad concentrada, la calidez de unas manos fuertes y protectoras, la velocidad sin vértigo ni peligro contra el viento, la sensación de que este mundo tan bien hecho se hizo para nosotros, el cariño incondicional con que el fuerte transmite su potencia a la inocencia frágil y agradecida de un niño.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Post coitum, triste

Durante la fusión erótica, durante esa inminencia de lo grande, en la cima del mundo, el amante adquiere las proporciones y la belleza de todo el universo y anhela convertir en sí mismo al amado.

Para los que no conocemos el éxtasis místico, no hay en esta vida ninguna plenitud mayor que esa incandescencia sublime, esa poesía rotunda de los miembros, ese espectáculo de luz y de sonido, ese anticipo del paraíso.

Y al final, tras la explosión de las estrellas, cuando creía que iba a tocar el firmamento, el amante es arrojado a la arena fría del desierto como un meteoro oscuro que antes era fuego y ahora sólo humea. Post coitum, triste, que decían los clásicos. Una vez que la naturaleza nos ha usado para sus propósitos, nos abandona como una muda de serpiente.

Y sólo el amor nos salva de esa tristeza y la convierte en gratitud, asombro y sosiego.

lunes, 25 de octubre de 2010

Traducción de una conversación habitual al neoesperanto

-A mí me encanta comer animales de pies con alas:  Ego love pteropodozoofagia.
-Lo mismo digo: Idem eadem idem.
-Pues a mí me aterran los obsesos de la música que orinan en los ríos: Oh, ego sum uropotamomelomanófobo.
-¡Qué asco!: Puaj!
-Lo que yo no puedo aguantar, quillo, es que los hombres adoren a las mujeres que comen árboles con forma de círculos mal hechos: Ego can't stand up, ephebo, amorfociclodendrofagoginecandrolatría.
-¡Claro, si eso es malísimo para el sexo!:  Evidentissimum: that's pessimum ad copulandum.


Y, de paso, con el neoesperanto, uno aprende a dar nombre de enfermedad catalogada o de síndrome muy especial a sus tontas manías. No es lo mismo morderse las uñas de los pies que la onicopodectomía. No es lo mismo excitarse con el color rojo que la eritrosatiriasis. Con lo primero no vas a ningún sitio; con lo segundo sales en los manuales de psicología.

viernes, 22 de octubre de 2010

Falsos dioses

Voy a decir cuáles son los falsos dioses más adorados por nosotros en la actualidad:

1) La salud: y tanto, que algunos padres sólo se preocupan de las vitaminas y las enzimas de sus hijos, pero luego les dejan ver telebasura en la tele.

2) La belleza física y el músculo: y tanto, que algunos sacrifican su salud con dietas, operaciones y esteroides con tal de conseguirlos y otros rechazan amistades sólo porque no son guapas.

3) El dinero: y tanto, que algunos son capaces de enterrar al abuelo en el huerto, para que nadie sepa que ha muerto y así cobrar su pensión.

4) El trabajo: y tanto, que muchos descuidan o incluso abandonan por trabajo familia, amor, hijos, amistades, en fin, todo lo que vale.

5) El sexo: y tanto, que esta es la primera época de la historia donde el sexo sin amor goza de buena prensa.

6) El yo: y tanto, que el nuevo mandamiento es "Quiérete a ti mismo".

7) La ideología: y tanto, que alguno hay que retira a otros el saludo porque no piensan como él.

8) El personaje famoso: y tanto, que algunos pierden el culo y el sueño para escaparse a no sé dónde al concierto de no sé qué cantante sin el cual la vida no tiene sentido.

9) La fama: y tanto, que algunos escritores se suicidan o dejan de hablarse, porque consideran que no se les reconoce como merecen.

10) La persona amada: y tanto, que, cuando esta nos falla, se nos hunde el mundo.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Prejuicios intelectualones

Subíamos por el Torrecilla, el monte más alto de Málaga, y las nubes bajaron a jugar con nosotros. Eran como inmensos borregos que tan pronto nos metían entre su lana como nos abandonaban en busca de otros pastos. Yo creía hasta entonces que entre el aire y la nube habría una larga transición, que no se notaría la frontera entre la nube y el aire. Pues no: se podía retintar con un rotulador la frontera exacta entre la nube y el aire, como en los dibujos animados.
                Otra frontera nítida que me sorprendió fue la de la España seca y la España húmeda. Yo creía que poco a poco el verde sería menos intenso a medida que bajábamos al sur hasta que de pronto uno caía en la cuenta de que ya no era verde. Pues no: dejamos Asturias tras el túnel y, de pronto, el secarral.
                Así que estoy por pensar que, en cuanto cayó el Imperio Romano, los ciudadanos dejaron de usar túnicas y se pusieron de pronto esos ropajes bárbaros a lo Conan.

lunes, 18 de octubre de 2010

Cinco momentos de la infancia que te permiten seguir siendo feliz

1. Cuando nadabas en la piscina del líquido amniótico, que era el Edén, el cielo antes de la vida, y estabas hecho del deseo, del amor y de la libertad con que te hicieron tus padres. Y te llegaban los ecos de las voces que preguntaban qué nombre te iban a poner, pero tú no los entendías.

2. Cuando corrías en cueros por el patio y en la mano una tajada de sandía más grande que tu cabeza te empapaba la barbilla, el pecho y la barriga y te chorreaba por la pichurrilla.

3. Cuando te echabas a dormir donde te pillara el sueño, en el rellano de una escalera, debajo de una mesa, encima del caballito de madera, pero luego siempre amanecías arropado en tu camita.

4. Cuando tu hermano grande te montaba a hombros y te decía: ¡Qué alto eres! Y entonces tú podías ver el nido que habían hecho los pájaros en el limonero del patio.

5. Cuando recogías flores silvestres del campo para tu madre y para la Virgen de la casa y las flores se iban deshojando por el camino y aun así a tu madre y a la Virgen les encantaban.

Dedicado a todos, pero, en especial, a mi hermano El Piyayo.




viernes, 15 de octubre de 2010

La verdadera aristocracia

"Todos tenemos el mismo número de antepasados", decía Séneca, y por eso todos somos aristócratas y de rancio abolengo. Tener títulos nobiliarios, un castillo en herencia y un árbol genealógico que se remonta a la Edad Media no añade bondad a la persona, sino que tan sólo la adorna con una carga histórica de la que es muy difícil ser digno. En efecto, un Grande de España no puede ir por ahí esnifando coca ni robando en El Corte Inglés. Si lo hace, está proclamando a gritos lo absurdo es que lo llamemos Grande.

La verdadera aristocracia no está en la sangre, sino en la conducta, en las maneras y en la actitud. Por ejemplo, el chico que me trae la fruta a casa tiene aires de príncipe y sonríe con gracia y elegancia. Y el negro del semáforo, el que me vende los rosarios, es en realidad un rey del Camerún (por cierto, ya sé cómo se llama: Patricio).

A mí me encanta otorgar títulos a la gente. Un amigo mío es consejero áulico; otro, confidente del rey; una mujer que me quiere bien es Casandra, la hija del rey de Troya... Y esos títulos se los han ganado con su bondad, su simpatía, su valentía y su generosidad, las cuatro virtudes en que consiste la verdadera aristocracia.

Hacedme caso: otorgad títulos nobiliarios a vuestros amigos. Se los merecen.

Y felicidades a todas las Teresas.

miércoles, 13 de octubre de 2010

La mierdofilia televisiva

En mi casa apenas se ve la televisión, salvo en verano, cuando la casa se me llena de niños y de dibujitos animados del canal Disney (por cierto, aunque está de moda criticar a Disney, ¡tengo tanto que agradecerle!).

El caso es que el otro día fui a una casa donde la tele está siempre encendida, incluso cuando se come. Éramos en la mesa doce o diez personas, con algún niño, y echaban por la tele no sé qué serie infecta y española, donde se decían más palabrotas que artículos, que ya es difícil. Los actores contaban chascarrillos verdes y marrones donde las palabras "mierda", "peo", "condón", "maricón", "jodido" sonaban más fuertes que ninguna. Y ninguno de los comensales parecía darse cuenta. Yo no pude más y dije algo así como qué vulgaridad. Y aquello no sentó nada bien. Lo que sentaba bien, por lo visto, era oír y ver vulgaridades.

Me di cuenta de que la tele produce una enfermedad: la mierdofilia. La enfermedad consiste en que uno se hace adicto a la mierda. Sólo si uno lleva desintoxicado de la tele mucho tiempo se da cuenta de quién está enfermo y quién no.

Cuidado, amigos, con la mierdofilia. Si tenéis tele, sed sus señores: que el dedo no apriete el canal donde brille la mierda, que lo pone todo perdido.

martes, 12 de octubre de 2010

37.000 teléfonos móviles pagados por todos

Qué buena es la Junta de Andalucía, que entre junteros, funcionarios y adyacentes, tiene repartidos a cuenta nuestra 37.000 teléfonos móviles. Es increíble, pero la gente se queja de que hay listas de espera en los hospitales y colegios sin calefacción y un millón de parados en Andalucía, y no se dan cuenta de que es mucho más importante invertir el dinero de nuestros impuestos en los teléfonos móviles. Por ejemplo, imaginemos el drama que supondría para el escolta de un alto cargo tener que llamar a la parienta con su propio teléfono. ¿No sería terriblemente injusto que tuviera que apoquinar de su bolsillo unos euritos para avisarla de que no puede ir a comer con ella porque tiene que acompañar al alto cargo a una mariscada también a cuenta nuestra?

¡Oh, qué felicidad! Me encanta ir a trabajar todos los días sabiendo que mi dinero se dedica a cosas tan importantes. Estoy dispuesto a renunciar a vivir mejor si gracias al sudor de mi frente treinta y siete mil andaluces no tienen que pagar teléfono. ¡Y quien sugiera que esos teléfonos se usan para llamadas personales es un mal andaluz, un fascista, un malaje y habría que abrirle un expediente!

lunes, 11 de octubre de 2010

Día Internacional del Huevo

El viernes vi en Málaga a muchos chicos con un huevo de plástico en la mano y entonces me dijeron que era el Día Internacional del Huevo.

¡Oh qué día tan solemne! ¡Oh huevo oval ovoide ovalado ovúlico ovular! ¡Compongamos una oda al huevo! Extasiémonos ante su contemplación y cada cual coloque uno en una huevera de oro y adórelo con cinco postraciones y, luego, enlazados todos de la mano, dancemos en torno a él diciendo Ommmmmm...

Si el año tiene 365 días, es crucial que uno de esos días esté ocupado por el Huevo. No hay en todo el universo 364 cosas más importantes que el huevo. Lo siento por los limones, los saltamontes, las mariposas, los elefantitos, los toldos, que se han quedado sin día. Y si alguno propone que el Gran Día del Gran Huevo sea sustituido por cosas tan triviales y nimias como el día de las estrellas, el día de los géiseres o el día de las auroras boreales, rasguémonos las vestiduras y arrojémosle huevos por tal blasfemia.

De verdad, amigos, si no fuera porque hay un Día Internacional del Huevo, nuestra vida no tendría sentido. El nuevo santoral es mucho más completo que el antiguo. Qué agradecido estoy a vosotras, gallinas, que por vuestra diminuta cloaca parís con dolor esos huevazos para que no pasemos hambre.

Sólo podría disputarle su importancia al huevo el hilo dental,, que tanto bien ha hecho a las dentaduras del mundo.

Amigos, ¡propongamos un Día Internacional del Hilo Dental!

viernes, 8 de octubre de 2010

El negro del semáforo

Yo quiero ser como el negro del semáforo al que le compro los rosarios de plástico. Desprende alegría por los cuatro costados, llueva, truene o arda el sol, venda o no, lo miren  o no a los ojos.

En el reparto de semáforos, si lo hay, le ha tocado uno sin demasiados carriles, con lo cual supongo que no vende tanto como otros. Y cuando me ve cruzar la calle, me saluda en la distancia y me llama hermano. Y lo bueno es que nunca me dice: Cómprame. Yo le compro si quiero. Y quiero muchas veces, precisamente por eso, porque no insiste. Tengo muchos rosarios y siempre llevo alguno encima y los voy regalando por ahí.

Si alguien me ve por Sevilla, que me pida uno: está bendecido por la mano blanca del negro del semáforo.

Y, en fin, hoy la poesía de Tomás Rodríguez Reyes en la librería Luces de Málaga. Buen fin de semana a todos.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Poesía en medio de la calle. Y Tomás Rodríguez Reyes

El otro día iba para el trabajo cuando me encuentro en una avenida, apoyado en una farola, a un hombre leyendo poesía. Y resulta que era un amigo mío. Primero me di cuenta de que el libro era de poesía y luego de que lo leía un amigo.
Toda la gente iba de un lado para otro, con prisa y con caras serias, pero él estaba en otro mundo, entre los versos de una poeta, cuyo nombre no recuerdo, pero que había ganado un premio y había dedicado esos versos a su padre, que padecía Alzheimer. Me pareció un hermoso destino para la poesía.
Mi amigo me dijo que a él la poesía lo salvaba, lo rescataba, lo redimía, le daba su sitio en el universo.
De eso voy a hablar el viernes por la tarde en la librería Luces de Málaga, a propósito de El huerto deseado, de Tomás Rodríguez Reyes, cuya poesía aprecio mucho.
Si alguien está en Málaga y lo desea, será un placer saludarle y presentarle al poeta.

martes, 5 de octubre de 2010

Ni Hitler se atrevió a tanto

Hace dos días, en cierto periódico nacional, se llevaban en primera plana las manos a la cabeza porque en Castilla-La Mancha todos los médicos objetaban para no tener que intervenir en abortos.

La gente se cree que el aborto es una cosa muy aséptica, que es  hacer plin y ya está. Pero los médicos saben que no es así. Y por eso no quieren mancharse las manos en sangre inocente. 

La vocación de los médicos es curar enfermedades, no matar fetos. Si una ley demencial, eugenésica y homicida convierte la abominación en derecho, sencillamente hay que rebelarse contra ella. Una ley injusta no es ley.

Pero muchos quieren reducir hasta tal punto el derecho a la objeción de conciencia, que en la práctica resulta inviable, incómodo y heroico negarse a intervenir directa o indirectamente en los abortos. Los primeros en caer bajo ese aplastamiento totalitario serán los médicos. Pero si no los apoyamos, si no protestamos, los siguientes seremos nosotros.

Hitler, mientras protegía a las especies animales arias, ordenaba la eugenesia, las esterilizaciones, los asesinatos y los abortos. Pero lo hacía bajo cuerda: nunca se atrevió a convertir el aborto en derecho ni a obligar a un médico a practicarlo.

Hoy hemos superado a Hitler: algunos se rasgan las vestiduras por los experimentos con animales, por las corridas de toros o porque en una obra de teatro se cuece en directo un centollo, pero no por los fetos humanos que en España se pueden matar sin alegar ninguna excusa y, encima, pretenden que los médicos no rechisten.


lunes, 4 de octubre de 2010

Cosas con las que el cuerpo nos engaña

1. Tienes tantísima hambre, que te llenas el plato hasta los bordes y luego no te comes ni la mitad.
2. "Estoy agotado. No puedo más", dices después de todo un día de trabajo y contrariedades que no te han permitido ni echar una cabezadilla. Pero, de pronto, tu hija pequeña se da un golpe y tienes que llevarla a urgencias para que le pongan tres puntos y regresas de madrugada y recuerdas que mañana tienes que entregar no sé qué cosa urgente en el trabajo y te tienes que sentar a hacerlo. En fin, que sí podías más.
3. Estás dejando de fumar, combatiendo con mil argumentos el mono del tercer día y, al cuarto, en la hora de más debilidad, te fumas uno para no reventar. Y cuando te lo fumas, descubres que no habrías reventado, que has hecho el tonto.
4. "Necesito un baño relajante, un masaje, un spa, un jacuzzi, unas cuatro horas de hacer sillón-ball". Y cuando, por fin, lo consigues, te preguntas si ha valido la pena haberlo deseado tanto.
5. En frío te arrepientes de haber hecho lo que hiciste en caliente, cuando uno es capaz de cualquier cosa.
6. Has bebido unas cuantas copas y quieres a todo el mundo, incluso a ese que ahora brinda contigo y mañana, ya sereno, te pondrá la zancadilla en el trabajo.
7. Te miras al espejo y te ves feo, poca cosa, un desastre de hombre. Y mira por dónde, ese día tres mujeres te dicen que tienes el guapo subido.
8. Ese día no tenías ganas, pero te pones al asunto, porque, en fin, el comer y el rascar es todo empezar. Y, sin quererlo ni beberlo, el orgasmo es tan brutal, que te pasas una semana con cara de tonto.
9. Te sientes muy bien de hormonas, dopaminas y cosas de esas con las que el ánimo se levanta. Y te parece que nada puede fastidiarte el día, pero entonces, vaya, te has dado un golpe en el pulgar del pie con la pata de la mesa. Y, tras una ristra de palabrotas, las dopaminas se van al garete.
10. Sientes una opresión muy grande en el pecho, como si te fueras a morir. Vas al médico y estás más sano que una pera. ¡Enhorabuena!

viernes, 1 de octubre de 2010

Cosas con las que el cuerpo nos maravilla

1. Estás tiritando de frío y te traen una mantita y te dan un arrechucho y te ponen un chocolate calentito y te dicen: "Anda, siéntate al brasero" y entonces el cuerpo te lo agradece con amor y lumbre desde dentro y te dice: "Tú eres este calor y no aquel frío. Disfruta".

2. Después de un día de estar rodeado de gente adusta, que no te mira a los ojos, que tiene prisa; después de todo un día de bregar con el mundo y con los malos olores y con los ciclistas que casi te atropellan en la acera y con los conductores que se saltan los semáforos, llegas a casa y tu hija pequeña, que huele a colonia, a bien, a belleza, a amor puro del bueno, se te cuelga al cuello, donde te pone una guirnalda de besos.

3. Llevas todo el día acalorado y enchaquetado de arriba para abajo, apretando manos y deseando desencorbatarte y, entonces, esa noche, mientras avanzas por el césped, te vas despelotando y te arrojas a la piscina y, entonces, ah, entonces, qué etéreo de pronto en el agua fresca ese cuerpo que antes arrastrabas por las esquinas.

4. Ese día estabas apático y tristón, pero el órgano barroco de la iglesia resuena potente como cien mil arcangélicas trompetas y entonces el pecho se te llena de Dios y Dios es una sensación muy corporal, muy intensa, muy generosa y fragante.

5. Durante la fusión erótica, te conviertes en otro más dorado y terrible que ocupa justamente el centro del universo y se deshace en mil cometas portadores de vida y, tras el incendio de las neuronas, te arrojan a un lecho de flores y te preguntas dónde se habrá metido ese hombre de oro que eras hasta hace unos instantes.

6. Estás sentado en el autobús leyendo un libro difícil de entender y se te sienta delante una mujer que se acaba de lavar el pelo y tiene una larga y rizada y brillante y perfumada melena y te entran unas ganas locas de hundir en ella la nariz.

7. Un amigo a quien hace mucho que no ves te encuentra en la calle y os abrazáis fuerte y te impresiona su musculatura, su calor corporal, su torso nacido para descoyuntar leones, en fin, todo lo que el cuerpo de un hombre significa.

8. En plena madrugada te libra de una pesadilla de sangre y demonios quien duerme contigo y te acaricia la cabeza y amolda su cuerpo a tu espalda desprotegida, para que duermas como un rey, como un niño que cae dormido en el patio y siempre amanece en su camita.

9. Eres un niño y tienes fiebre. Tu padre te pone la recia mano en la frente y sientes que ya te estás curando.

10. Vienes de correr y llegas a casa con la boca seca y te bebes un zumo de naranja fresca y sientes tu cuerpo como una presencia poderosa, cargada de fuerza, de optimismo, de ganas de parar un tren y de saltar desde una cumbre para cazar estrellas y arrojarlas al infinito.

Gracias a Dios por todo.