sábado, 25 de junio de 2016

Me despido hasta septiembre

Mis queridos amigos, en esta foto feliz realizada desde las alturas por mi colega, y también cantor y fotógrafo y amigo de la belleza y mío, José Manuel Aceces Ruiz, me llegó el turno de hablar unos cinco minutos a profesores, padres y alumnos de cuarto de ESO que celebran su fin de etapa. Iban ellos de chaqueta y corbata o pajarita y ellas de largo o con minifalda. Daba gusto verlos. Yo me había preparado un discurso en un papel que, en una reunión previa, perdí. Y lo tuve que rehacer en un papel sucio cinco minutos antes.

Después de dar gracias a los alumnos por ser educados (lo mejor que se puede hacer con el cuerpo) y sonrientes (lo mejor que se puede hacer con la cara), hablé de la diferencia entre dos cosas muy feas: la prohibición y la coacción. La segunda es mucho peor, porque, si me prohíben una cosa, puedo hacer otra, pero no tengo escapatoria si me obligan a hacer una cosa, en este caso, estudiar hasta los dieciséis abriles seis horas al día entre cuatro paredes y con compañeros, profesores y materias que uno no ha elegido. "Si habéis conseguido aprender en esas terribles condiciones sin tirarme por la ventana a mí, que soy a vuestros ojos el representante directo de ese Estado que os coacciona, es por mérito vuestro, de vuestros profesores y de vuestros padres, pero desde luego no del actual modelo educativo. Y por eso os felicito, mis queridos alumnos".

Y algunas más cosas dije y acabé con un "¡Que Dios reparta suerte!".

Así me despido también de vosotros hasta septiembre. Y permitidme un consejo. Te lo digo a ti en privado: si nadie te coacciona ni te prohíbe cosas, aprovecha este verano para hacer algo voluntario y bello que estés deseando hacer y que no requiera un gran sacrificio por tu parte o por parte de los que te quieren; eso es lo mejor que puedes hacer con tu libertad. No hace falta estar en el sitio ideal, sino allí donde estés. Si no tienes nada bello y voluntario que hacer, piénsate algo.

Yo, por ejemplo, este verano me voy a dedicar a los ángeles, a conocerlos, a leer sobre ellos, a escribir sus historias. Eso sí, siempre con un café frappé helado o una coronita con una rodaja de limón.

Os deseo mucha suerte a vosotros y a vuestros ángeles.

lunes, 20 de junio de 2016

Poemas descalzos, de José Julio Cabanillas

Estos Poemas descalzos de José Julio Cabanillas son la voz de la bienaventuranza aquí en la Tierra y, también, el llanto del cosmos a través de los árboles, pájaros y hombres por la sangre derramada de Cristo. Hay poemas que parecen transmitir lo que solo puede saber un ángel acerca de los asuntos referidos a los pasos de Dios en la Tierra; otros tienen el don de arrancar de lo más trivial lo más tremendo. Sus versos bendecidos por la gratitud que rebosan, alados por la gracia que los embellece y, sobre todo, cantores del mundo y de todo lo divino que en él ha acontecido y acontecerá como si estuviera pasando ahora, son a veces un treno luminoso y otras veces el Magnificat universal de un jilguero cantándonos en un árbol del Edén para nosotros, y lo que canta es amor, gratitud y asombro.

Todo está dicho con la voz más delicada y desnuda de ropajes innecesarios, como si se hubieran descorrido todos los velos y todo estuviese por fin iluminado por la primera y última luz en un eterno presente, cuando ya los árboles pueden también hablar. Con palabras de siempre y para siempre, el poeta dice lo que aún no habían dicho las palabras de siempre.

Por todo ello, gracias de nuevo, José Julio.

ÁRBOL
Cuando yo era un arbusto, el aire
me soplaba al oído canciones de muy lejos.
Me rozaba la frente.
Yo estaba allí, en el bosque, entre padres y abuelos
de alturas formidables, con sus ramas nudosas
acariciando el sol, bebiéndolo a hojas llenas.
Una nube pasaba.
Un pájaro ponía el corazón en la garganta.
Pasaban niñas, y reían.
Pasaban mariposas y eran oro.
De pronto fui un árbol. Qué verde gravedad
de savia entre las hojas que, en el aire, temblaban o reían
con los ojos de un hombre enamorado.
No muy lejos oí pasos de hierro, gritos,
voces de pedernal en el filo de un labio.
Y se alzó el brillo agrio de una hacha en mano fuerte.
La savia, acostumbrada a vivir en mi adentro,
vio el sol y desmayó. Yo desmayé, caído.
Me arrancaron del suelo, me talaron las ramas,
menos dos, las más grandes. Me quemaron la copa
de hojas transparentes, hijas del arco iris.
Me arrastraron a voces hasta un monte pelado.
Había gente. Olía a sangre, y un perrillo
pasaba entre las túnicas severas
de unos hombres hirsutos con ojos imposibles.
Luego, en lo poco que de mí quedaba,
clavaron -yerro y sangre-
lo poco que quedaba de aquel hombre.


sábado, 18 de junio de 2016

Ni azar ni karma; mejor la Providencia

Para los que creemos que el mundo no está a merced del ciego azar ni regido por un karma justiciero, sino bendecido por la Providencia, es más lógico dar gracias que quejarse. El gran Héctor, por ejemplo, cuando supo que Aquiles lo iba a matar, no maldijo a Zeus por abandonarlo en ese último momento, sino que le dio las gracias por todas las ocasiones en que lo había protegido.

Para los que quieran dejar la quejumbre y pasarse al bando de la gratitud, he aquí este magnífico poema de Miguel d'Ors

QUEJAS
Que no te favorezco –te quejas, con mohines
de adolescente tonto-. Me sonrío
pensando cómo vas a avergonzarte
cuando ante Mí, con tu mirada ya
definitivamente liberada -y no te falta mucho-,
veas con lucidez inapelable todos
los virus vagabundos que aparté
de ti, los reventones de neumático
que te evité, cuántos atracadores
empujé en dirección opuesta a tu cartera,
cuántas tejas retuve al pasar por debajo
tus hijos, cuántos guardias civiles os distraje
por esas autovías; Y no te digo nada cuando sepas
lo que una tarde hice por librarte
de un jabalí furioso, en Belabarce
-vas a quedar pasmado-, poco antes de tu boda.

Y tú, querido hijo, sin enterarte nunca
del chorro de favores que Yo iba disparando
sobre cada minuto de tu vida.
                                              Y encima protestando.

(Átomos y galaxias, de Miguel d’Ors)

martes, 14 de junio de 2016

Si Dios quiere, de Edoardo Maria Falcone

Recomiendo encarecidamente la película italiana que se acaba de estrenar Si Dios quiere (Se Dio vuole). Ahora el problema en la familia no es que el hijo salga del armario para decirnos que es homosexual, sino para decirnos que quiere hacerse cura.

La película es tronchante, divertidísima, ingeniosa y profunda.

Una de las claves es esa cita de Battiato, sacada de su magnífica canción Magic shop

"Deduco da una frase del Vangelo che è meglio un imbianchino di Le Corbusier".

Y ese es un mensaje que me encanta: es mejor la bondad que el conocimiento y el poder.

domingo, 12 de junio de 2016

Noviembre, de Ángel Mendoza

Como el dolor del mundo es mucho y muy grande, la alegría que de él nos salve ha de ser más grande aún.

Me gusta cómo la presenta este poema, como una fuerza capaz de poner la maldad y la fealdad en su sitio y protegernos de ellas. Lo que hay de niño en nosotros, que espero que sea mucho, puede seguir sintiéndola así.

RECUERDO LA ALEGRÍA
Era como tener en casa un perro grande,
uno de esos peludos gigantes y gozosos
en los que refugiarse del calambre del frío
y los charcos podridos de barrios peligrosos.

Si aullaba la ventisca, él aullaba más fuerte,
si el viento golpeaba, él era una tormenta
de fiebre contra el viento, un ladrido afilado
clavándose en la tarde arisca y turbulenta.

Fuera, los navajeros, los tipos desquiciados,
mujeres que se ofrecen a cambio de heroína.
Dentro, la estufa vieja, el mordisco inocente
de un perro que defiende a un niño con anginas.

jueves, 9 de junio de 2016

El ángel de España

En la antología de las vivencias seleccionadas en la convocatoria del premio Orola de vivencias del año pasado, me publicaron e ilustraron este texto.

EL ÁNGEL DE ESPAÑA
Nacido de un rayo, cayó sobre los Toros de Guisando. Enseñó a los íberos a cultivar, a los celtas a cantar, a fenicios y griegos a bailar. Montó en los elefantes de Aníbal. Crió los caballos que fascinaron a romanos y árabes. Lloró con los numantinos, con Hermenegildo, Boabdil y Francisco de Aldana y llora aún porque no logró desviar las balas que mataron a Federico. De todas sus misiones fue la más sutil e incomprensible clavar aquel puñalito de plata y luz en el pecho virginal de Teresa.

Apaga incendios y enciende corazones. A ciertos alumnos les sopla al oído las respuestas del examen; al policía inseguro le da bemoles; a la novia triste, belleza; al padre que no llega a fin de mes, la alegría de Eros en su alcoba. Arropa niños y mata sus monstruos y me consta que para el desesperado ordena el nacimiento de una estrella que lo guíe.

Ayer lo vi saltar por las terrazas persiguiendo al demonio de la vulgaridad y herirlo con claveles de hielo y lirios de sol. Sé que era él por su capa negra y su coleta de torero y porque maldecía en lenguas ibéricas plagadas de homerismos.

Le encanta reír con los niños y les asigna los ángeles más fuertes e instruidos y cada noche besa las frentes de sus madres, a quienes rinde toda su pleitesía. Cuando la luna y Venus inauguran la noche, montan guardia sus ángeles desde los campanarios.

Cada primavera invita a sus colegas europeos a echar una carrera desde los pináculos catedralicios de España: la recorren a grandes zancadas y a relámpagos, de torre en torre, sin tener que tocar el suelo. Tiene una talla en la iglesia San José Obrero de Madrid. Los incendiarios del 36 le perdonaron la vida por ser san José un obrero como ellos. Durante la guerra, se hizo experto en desviar balas rojas y azules. Y aún las sigue desviando, vengan de donde vengan.

lunes, 6 de junio de 2016

Gracias por sus hijos

El otro día, en la fiesta de graduación de segundo de bachillerato, descubrí que dos alumnos y una alumna a los que he dado clase en sucesivos años eran hermanos. No se parecían físicamente en nada, salvo en una cosa: eran educados, guapos y listos. Disfrutaron mucho revelándoseme como hermanos y, para redondear la cosa, llamaron a sus padres, que estaban allí en la fiesta, y que eran tan amables como ellos tres. Entonces les dije algo que me salió del corazón y que pienso repetir a partir de ahora para todos los padres con cuyos hijos haya yo disfrutado dando clase: -Gracias por sus hijos.

miércoles, 1 de junio de 2016

Un bocado en el bocado de Adán

Cuando en primero de BUP (lo equivalente a tercero de ESO) los compañeros de clase nos persiguieron por el recreo para darnos el bocado en la nuez a los novatos, que al parecer debíamos pagar ese tributo, no sabían que se las estaban viendo con, mira por dónde, el Polvorilla, o sea, yo, que, aunque no muy fuerte de cuerpo, era raudo cual solípedo corcel. Varios largos recreos tardaron en darme caza y, cuando lo lograron, tampoco sabían que se las estaban viendo con, ¡tachán!, el Remolino Giratorio, o sea, yo también, que me ponía a girar y a contorsionarme y a agitar en el aire todas mis extremidades superiores e inferiores como un rabo de lagartija a cámara rápida, lo que creaba a mi alrededor un campo de protección de miembros desatados y peligrosos, y solo lograron abatirme lanzándose todos a lo bestia contra mí y agarrándome de pies, manos y cabeza contra el suelo hasta dejar libre y al sol mi pobre y virginal bocado de Adán, donde dieron el bocado que aún tengo atragantado.

Esa tradición, que no sé de dónde viene, la agarran Marvin Harris o Mircea Eliade o Frazer y la convierten en rito iniciático de la pubertad o en desvirgamiento sublimado de púberes o en alarde de poder grupal o cualquier cosa que, dicha con términos rimbombantes, parezca más cierta que lo que realmente creo que era: una excusa más de los adolescentes para pasárselo bien, correr aventuras y competir, porque somos juguetones e imaginativos. Creo que ese es su significado antropológico.