miércoles, 28 de septiembre de 2011

Hidalguía

Mi abuelo tenía aleccionados a sus hijos: “Cuando paséis por las tierras de vuestros tíos y sepáis que están los árboles cargados de frutos, no miréis para arriba. Y así no os entrarán ganas de tomar uno de esos frutos. Si tenéis hambre, comed de los nuestros”. Y eso se lo decía en la época del hambre, o sea, poco después de nuestra guerra.

            Sí, eso era lo sabio: no mirar arriba para evitar tentaciones. Y las tentaciones eran terribles: granadas rajadas mostrando el rojo grano, la redondez solar de las naranjas brillando por encima de sus cabezas, brevas con su fresco dulzor colgando como una gota de rocío que apuntaba a la boca.

            ¿Y qué era esa cosa grande y maravillosa que podía vencer tamañas tentaciones? La hidalguía, que mi abuelo les había inculcado. Uno podía perderlo todo, la madre, el dinero, la tierra, pero no la vergüenza, el honor, la honra, la honradez, la limpieza, las buenas maneras, en una palabra, la hidalguía, y esta no se contentaba con no robar el fruto ajeno, sino que exigía  la elegancia de no mirarlo siquiera, de comportarse como un niño que no necesita la fruta del otro aunque esté muerto de hambre y de sed.

            “Frasco, ¡qué buenos son tus hijos!”, le decían a mi abuelo.

            Yo con los hidalgos siempre. Estrecho la mano del pícaro, pero no le abro mi casa. De los hidalgos vengo y a los hidalgos voy.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Manías de la gente

1. Hacer con una mano lo que uno acaba de hacer con la otra.
2. Rascarse la mano izquierda sólo porque se acaba de rascar la derecha.
3. Dejar las zapatillas perpendiculares a las baldosas del suelo.
4. Comerse las cerezas a números pares.
5. Oler los calcetines con deleite después de quitárselos.
6. No pisar las baldosas rojas (o blancas o negras) de la acera.
7. Lavarse las manos cada vez que uno toca algo que no sabe si está lavado.
8. Si a uno le tocan la nariz, palpársela por si está toda en su sitio.
9. Si a uno le tuercen la oreja, recolocarla por si se ha doblado.
10. Comprobar por cuarta vez antes de irnos de casa que el gas está apagado.

domingo, 18 de septiembre de 2011

La cascada

Subí al río Chíllar con más de treinta personas. Hay que hacerlo con calzado y con los pies en el agua. El río es amable al principio, pero se vuelve agreste a medida que uno asciende, y cada vez son más los caminantes que deciden quedarse a mitad de camino dándose un chapuzón en los remansos y en las pozas, frías y transparentes. Ocurre como en la vida: que algunos picotean ciertos placeres y otros se quedan enganchados a ellos para siempre, con las alas mojadas. Pero yo dejé atrás a los demás y me fui con mi hermano David a zancada limpia río arriba. Mil veces me doblé los tobillos intentando seguirlo. Mil veces resbalé. Mil veces el sol me daba en la cara. Pero el río nos iba recompensando por nuestra audacia mostrándonos rincones y rocas cada vez más hermosos. Violenti rapiunt. Las paredes de la garganta eran altas, frescas y musgosas. Por algunos sitios nunca había dado el sol. A ratos un tronco procuraba detenernos en el camino, pero no lo conseguía, hasta que al cabo de una buena caminata conseguimos llegar a la gran Cascada, donde todo es fragor de aguas saltadoras, donde todo es espuma, frescor y Dios celebrando una fiesta, y allí nos metimos los dos y la cascada nos hundió en el suelo y nosotros alzamos nuestro grito y nuestras manos. Y salimos de allí echando vapor y calor y ganas de comernos el mundo y dando gracias al cielo por poner la recompensa de tan largo camino allí al final, tan alto, tan alto.

Y en esta entrada Juan Antonio González Romano me ha alegrado el día asignándome un parecido con un actor que reverencio y a cuya apostura no puedo aspirar a no ser por la amistad que me une a Romano.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Cosas que pensaba de niño

1. Que el tiempo se detenía mientras yo dormía.

2. Que el pan y la madera estaban hechos de lo mismo.

3. Que el espejo, la plata y el agua eran, en el fondo, una sola cosa.

4. Que la gente que salía en la tele estaba dentro del televisor.

5. Que cuando jugaba con mi padre al escondite y este desaparecía, era porque se había escondido muy bien y no porque me hubiera dado esquinazo para escaparse un poco al bar.

6. Que las mujeres echaban a los bebés por el culete.

7. Que mi hermana, de doce años, era una mujer.

8. Que la vecina, de treinta años, era una abuela.

9. Que cuando yo decía, para presentarme, “MellamojesuscottalobatoparaservirleaDiosyausted”, eso era una sola palabra y esa sola palabra era mi nombre.

10. Que los guardias civiles que pasaban por mi calle venían a llevarme a la cárcel por haberme hecho pipí en una maceta.

Y mi pésame a los niños que comienzan hoy las milicias escolares.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Curas de humildad

1. Pasar cerca de un andamio plagado de albañiles y que le echen piropos a otra chica, pero no a ti.
2. Tropezar ridículamente contra un árbol justo cuando hinchabas el pecho por la calle mientras mirabas con rostro seductor a unas mujeres que estaban de rechupete.
3. Ir con tu mejor conjunto de falda y blusa acompañada de un compañero de trabajo muy guapo que te gusta, pero que no deja de mirar a todas las mujeres mientras te habla.
4. Ser escritor o profesor o jefe y que alguien más joven te corrija una falta de expresión, de puntuación o de ortografía.
5. Justo después de orinar, guardarte muy pronto la colita en los calzoncillos sin escurrirla bien y que una gota traspase el pantalón.
6. Que alguien pase, por pura caridad, el mal trago de tener que decirte que tienes en la cabeza “una cosa”, que no es otra cosa que una cagada de paloma.
7. Despertar de la siesta con tu propio ronquido.
8. Estar orgullosísimo de un poema que acabas de escribir y, cuando se lo pasas a los amigos de los que te fías, te dicen que es un poema muy malo.
9. No dejar que tus hijos se junten con unos niños con pinta de tener piojos y ser unos ladronzuelos y resulta que al día siguiente tus hijos han pillado piojos en el cole y te llaman de unos grandes almacenes para decirte que los han pillado robando.
10. Fardar ante la concurrencia de haber escalado el Teide y, mira tú por dónde, en la concurrencia hay  varios escaladores que han subido al Mont Blanc, al Aconcagua y ahora se están preparando para el Everest.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Patricio busca trabajo

Llevaba dos meses sin ver a Patricio y tenía ganas de verlo el uno de septiembre. Pero he aquí que la calle donde él vendía rosarios y pañuelos estaba en obras y me resigné a perderlo de vista. Y hoy resulta que me lo he encontrado en la calle, montado en bici.

-Eh, Patrick, how are you?
-Mucho tiempo sin verte. ¿Tú, vacación?
-Sí. ¿Y tú? -reconozco que mi pregunta tenía muy poca psicología, porque no tenía vacación. Le pregunté entonces si le gustaba su trabajo, si prefería otro. Y entonces él me miró muy expresivamente, con las manos y los ojos muy abiertos.
-¡Sí! Yo quero otro trabajo. Yo tener mucho fuerte. Yo quero trabajo en campo, limpiasa, toda cosa. ¿Tú sabes trabajo?
-Yo no, pero si me entero de algo, te lo diré. How old are you?
-Trentaún.

Y le compré dos rosarios. No ha subido el precio. Todos los que me quedaban del curso 2011-2012 se los ha llevado una amiga mía a Jaén. Se ha empeñado en pagármelos. Yo, que no, y ella que sí. Al final ganó ella. Pero si me los paga, ¿qué mérito tiene comprarle rosarios a Patricio? La próxima remesa que vaya a Jaén o a cualquier otro sitio la regalaré con mucho gusto, bendecida por la mano blanca de mi negro.

Así, que, por el amor de Dios, si alguno sabe de algún trabajo que pueda hacer Patricio, que me lo haga saber en seguida y le daremos un alegrón, para que al menos se pueda pagar el alquiler. ¿Nadie necesita un jardinero, un guarda en la finca, uno que cuide la piscina, un pintor, un hombre que cuide ancianos? Es un tipo legal, honrado, ni miente ni engaña, es de buena caoba, tiene a Jesucristo en el pecho, sonríe con facilidad, es duro para trabajar, soporta hielos de invierno y soles de verano y ayuda a veces a las viejecitas a cruzar el semáforo y, por si a alguien le interesa, está soltero.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Lo que anoche soñé

He soñado que estaba sentado en un banco de piedra pegado a una pared que resultó ser de una iglesia de la que salió un cura muy simpático y ocupado con pinta de haber trabajado mucho tiempo en las misiones. De algún modo que no logro poner en pie me pedía que yo le ayudara con la catequesis de los niños, con la preparación de la misa, con ciertos peligros que por allí rondaban... Pero cuando estaba en plena misa e iba a abrir el sagrario, yo hice mutis por el foro y me marché, con la sensación de ser un traidor, de dejarlo solo ante el peligro, de abandonar a Jesús en Getsemaní... una sensación que aún me dura.

Y antes o después de todo eso yo era una mujer joven enamorada de su padre. Un día se lo confesé y él quiso realizar conmigo una fantasía. Se vistió con una especie de armadura de hierro y entonces, justo cuando comenzaba la intimidad entre nosotros, ocurrió algo abominable que no recuerdo, pero que me estremeció y me hizo apartarme de él. Y no descansé hasta que, días o años después, en la mesa de un restaurante al aire libre, ese hombre, viejo, pero aún bello, me lo confesó todo y reconoció en un papel de su puño ser el autor de no sé qué cuántas cosas horribles. Que yo sepa, es la primera vez que he soñado que yo era una mujer.

En el mismo sueño, pero no me preguntéis cómo, iba yo, ya varón, en bici de noche por una calle desconocida. Un ciclista enmascarado, con grandes aspavientos y acompañado de varios ciclistas más, me reconoció y me pidió a gritos que me detuviera en la esquina, porque quería saludarme. Yo obedecí, pero comencé a desconfiar de un desconocido, a las tantas de la noche, en una calle solitaria. Podían robarme o matarme, así que aceleré y escapé por una carretera que, de pronto, era la de mi pueblo de la infancia. Allí conseguí darle esquinazo, pero, de pronto también, era de día y yo estaba desnudo y en la calle principal atestada de niños jugando y mujeres entrando y saliendo por las puertas. Los niños se reían de mí cuando me veían pasar y la bici era una cosa demasiado esquelética para taparme. Angustiado pensé en entrar en casa de mi amigo de la infancia, Manolito, pero luego recordé que, cuando era niño, le gasté una jugarreta infame y, aunque pasó en la realidad, la cuento porque en el sueño desempeña su papel: resulta que yo, que era aún muy niño, me acababa de pelear con Manolito por no sé qué tontada y me fui enfadado a mi casa y allí me entraron ganas de hacer lo que otro no puede hacer por mí y, ni corto ni perezoso, en vez de ir al baño, cogí un folio y sobre él hice ejem... y entonces, qué oportuno, llegó Manolito preguntando por mi hermano Alfonso. Y yo, no sé si para vengarme o porque se me ocurrió y no fui capaz de resistirme a la tentación, ni corto ni perezoso agarré el papel del suelo y se lo lancé a la cara con tal puntería, que la hez se posó un momento en su pelo rubísimo y chorreó asquerosa por su rubicundo rostro, mientras yo, cruel, me reía. Aunque fuera en un sueño, ¿cómo iba a ir ahora desnudo a su casa a pedir refugio? Si me echaba encima una palangana de inmundicias, me lo merecía.