Mi abuelo tenía aleccionados a sus hijos: “Cuando paséis por las tierras de vuestros tíos y sepáis que están los árboles cargados de frutos, no miréis para arriba. Y así no os entrarán ganas de tomar uno de esos frutos. Si tenéis hambre, comed de los nuestros”. Y eso se lo decía en la época del hambre, o sea, poco después de nuestra guerra.
Sí, eso era lo sabio: no mirar arriba para evitar tentaciones. Y las tentaciones eran terribles: granadas rajadas mostrando el rojo grano, la redondez solar de las naranjas brillando por encima de sus cabezas, brevas con su fresco dulzor colgando como una gota de rocío que apuntaba a la boca.
¿Y qué era esa cosa grande y maravillosa que podía vencer tamañas tentaciones? La hidalguía, que mi abuelo les había inculcado. Uno podía perderlo todo, la madre, el dinero, la tierra, pero no la vergüenza, el honor, la honra, la honradez, la limpieza, las buenas maneras, en una palabra, la hidalguía, y esta no se contentaba con no robar el fruto ajeno, sino que exigía la elegancia de no mirarlo siquiera, de comportarse como un niño que no necesita la fruta del otro aunque esté muerto de hambre y de sed.
“Frasco, ¡qué buenos son tus hijos!”, le decían a mi abuelo.
19 comentarios:
Me ha encantado esto. Otro gallo nos cantaría si leyésemos a los pícaros pero no les abriésemos la casa. Lo más bonito, Jesús, es que esa hidalguía no se ha perdido en España, todavía encuentras en pueblos perdidos a personas de una pieza, que si te dicen que harán algo lo harán, su palabra de pastor, agricultor o peluquero es su palabra y va a misa, puedes estar tranquilo. Un abrazo.
Don EPIFANIO:
Mis padres me decían casi lo mismo (eso de no mirar, no recuerdo yo haberlo escuchado): "no te metas al huerto del fulanico a robar mandarinas. Si quieres, ya te las compraré yo". Incluso en el mercado, mi madre no quería que el tendero nos diera cerezas, por ejemplo. Ella compraba un cuarto o cien gramos, lo que pudiera, y después nos las daba.
25 neutonios.
Aurora, es algo esto de lo que hemos hablado. Hay jardineros que son hidalgos y hay algunos con mucho dinero que son unos aprovechados. Me da mucha alegría saber que la hidalguía de siempre, la verdadera palabra y el verdadero honor, siguen vivos. Un abrazo.
Dyhego, su madre era toda una señora que os trataba como a príncipes, porque ella era reina. Por eso nos ha salido usted tan caballero y tan gentil. Reciba usted mis neutonios.
Que bonito, precisamente hoy estaba pensando en estos temas...Un Abrazo.
El no mirar arriba sigue siendo muy útil ahora, aunque ya no paseemos tanto por el campo.
Pero los pícaros me hacen mucha gracia y más de una vez me apetece traerlos a casa. Con sus frutos y todo.
Tan hidalgos eran los que nos precedieron que aun con estas inclinaciones siguen tirando.
Sefa, nos hemos leído el pensamiento. Buena señal.
Lolo, yo creo que la hidalguía de quienes nos precedieron sigue viva en nosotros, aunque no suene esto muy humilde por mi parte. Y haces bien invitando al pícaro a tu casa. Siempre has tenido más mano izquierda y más manga ancha y más humanidad que yo.
Era el tiempo en el que un apretón de manos valía más que cualquier papel firmado.
Pero, por desgracia, ese tiempo ya pasó.
Un saludo.
Qué bonita historia......permíteme que dude de la existencia de esos seres a los que llamas "hidalgos".Al menos desde finales del sxx ...todo el que puede trincar...pa la saca...lamentablemente.
Pero loable tu historia muy,muy,muy bonita.AnónimoE.
Josito y AnónimoE, creo que la hidalguía no ha muerto, sino que se ha transformado. Sigue habiendo gente para la que un apretón de manos es palabra sagrada y sigue habiendo gente cuya máxima preocupación es la honradez, no trincar de donde pueda. Un abrazo a ambos.
La hidalguía: una nueva forma de la energía que sigue cumpliendo el Primer Principio de la Termodinámica:
"La hidalguía ni se crea, ni desaparece, sino que se transforma"
Muchos neutonios de los de Dyhego.
Yo la sigo viendo tras los gestos cotidianos de muchas gentes nobles, igual que en ciertas osadías.
Qué post más bonito.
Un saludo.
JuanMa, eso es lo que siempre he pensado: que se ha transformado. A ver si algún día escribo sobre los hidalgos de hoy. Reciba usted mis neutonios.
Anónimo, yo también la veo y gracias a los hidalgos que hay en la calle me siento más feliz en ellas. Un saludo.
Decía Maeztu que, al final, ante las circunstancias que impone la vida, siempre surge la línea divisoria decisiva: a un lado los caballeros y al otro los villanos. Y tenía razón. Lo mismo que su abuelo.
Vale.
Es verdad que hay que mantener el tipo para salir como un señor en los avatares de la vida, pero rompo una lanza por la "flexibilidad" hidalga: a veces hay que dejarse querer y aceptar un detalle de otros (cerezas por cariño, no por caridad). Dar valor al gesto del otro. ¿No es eso también de un espíritu hidalgo?
Retablo, eso lo he comprobado yo mil veces, en el autobús, en la calle, en el trabajo, entre mis conocidos.
Simeón, como a ti, me gusta la hidalguía que procede de la nobleza y la bondad y la elegancia, no la que procede del orgullo insano. Y opino también, supongo que como tú, que hay que ser lo bastante humilde como para dejarse querer y regalar cosas. Un abrazo fuerte.
Qué necesario es ese deseo de dignidad, uno no se miente pensando que no desea el fruto, ni se envilece robándolo. Simplemente, hace lo que sus mayores le han dicho que hay que hacer: apretar los dientes y ya está.
Pero me hace gracia lo de Aurora, ¿ella no abriendo la puerta de su casa a alguien? ¡Pero si eso es una fonda (gratis)! Al final juzgar es también muy complicado, e igual es mejor que te engañen a desconfiar por sistema; hay gente buena, oye, y si nos la juegan, ya se nos pasará el disgusto.
Un beso.
Olga, Aurora le abriría la puerta de su casa casi hasta el mismo diablo, de generosa que es. Y, bueno, a mí los pícaros, en el sentido de aprovechados, sin palabra ni honor, no me caen bien. Pero tienes razón en que no es plan de desconfiar de todo el mundo. Un beso.
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