La semana pasada falté a clase dos días por fallecimiento de un familiar muy querido, y he aquí que el viernes pasado mis queridísimos alumnos de latín de cuarto de ESO me regalaron una inmensa caja de bombones. Cada vez que me tomo un bombón, cierro los ojos de gratitud al cielo y rezo por ellos. De todos los pésames recibidos es el de ellos el que más me ha conmovido.
2 comentarios:
Hace años en mi oficina ocurrió algo y la que se creía responsable, aunque realmente no lo era, pasó la mañana llorando. Era una chica muy joven, apenas veinte años. Yo le regalé unos bombones para endulzarle el mal trago. A lo largo de estos años en ocasiones cuando alguno de los dos ha tenido algún disgusto muy gordo nos hemos ido regalando bombones mutuamente. Cuando la veo muy sería, a veces le pregunto: ¿Hace falta que vaya a por bombones? Eso basta para que se eche a reír. Las penas con pan son menos y si el pan lleva chocolate.....
Don Epifanio:
¡nunca se me ha ocurrido regalar bombones en un trance así!
Quizás no sea mala idea, porque es tan difícil acertar con las palabras justas en esos momentos de dolor.
25 neutonios vivificantes.
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