-Rezo para que mamá muera tarde y bien –dije una vez a un hermano mío.
-¡Eso es muy poco! Yo rezo para que no muera –me dijo.
Entonces tuve una revelación: rezáramos o no, mi madre no iba a morir, porque no muere quien ha amado mucho, y no porque sobreviva en los recuerdos de quienes la amamos, que también, sino porque el amor lo salva para siempre. El amor vence a la muerte y es lo único que me puedo llevar al otro mundo, lo único que llenará mis manos vacías, el único don que no se perdió tras la expulsión del Edén, lo que está en el origen del cosmos, de mi vida y tras la muerte: la fuente de amor de la que provengo. El amor me hizo y para el amor me hizo y él ha de acompañarme en vida y él ha de recibirme en mi muerte.
Por eso, abraza hoy a tu padre. Abraza a tu madre. Si ya no están, ¿no te das cuenta de cómo te están abrazando ahora?
Canta alto en las bodas y en cualesquiera fiestas. Cuando suene el I will survive desmelénate un poco.
Y no te olvides del mendigo que duerme a la intemperie en tu calle.
Ese es el consejo que me doy a mí mismo hasta el 31 de agosto.
Ex corde,
Magister Calvus
PD: Por cierto, invito a los interesados a participar en este estupendo concurso que organiza mi amigo Antonio Barnés sobre Dios y el arte, aquí.
2 comentarios:
Don Epifanio:
creo que nuestros seres queridos siempre vivirán mientras los recordemos. Con amor, por supuesto, porque olvidamos pronto a los que hemos odiado.
En cuanto al concurso, no se me ocurriría nada sobre Dios. Además, los 35 se quedaron atrás.
25 neutonios veraniegos.
Don Dyhego, disfrute de las noches estrelladas de verano. 25 neutonios estivales.
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