domingo, 1 de agosto de 2010

Un acto heroico fallido

A mí la grandeza me llama. Sin querer, me imagino realizando grandes hazañas que no contaré porque me da una vergüenza terrible. Alguien me dijo que, en vez de soñar con matar dragones, empezara matando mosquitos, que es más ventajoso.
El caso es que sólo recuerdo haber realizado en mi vida dos o tres actos heroicos y los tres acabaron en fiasco. Hoy voy a contar uno.
Tenía yo unos diecinueve añitos y volvía de la fácul por el Paseo de la Palmera aquí en Sevilla. Unas niñas con uniforme salían del cole y, como había llovido, sólo podían pasar por ciertas losas donde no había barro, justo al  lado de donde dos gitanillos, uno alto y otro bajo, esperaban acodados en un coche. Entonces veo que el bajito le arranca una cadena de oro a una niña, que se puso a gritar, y entonces la indignación sin reflexión ninguna me pudo y eché a correr tras él y como yo era muy veloz, estuve a punto de darle alcance, pero en ese momento el otro, el alto, que había huido en otra dirección, corrió hacia mí con un arma en la mano y yo, literalmente, temí por mi costado y mi bienamada carne, y los dejé huir.
Todavía tengo esa espina clavada y sé que de algún modo tendré que redimirme por ese acto final de cobardía.

13 comentarios:

Naranjito dijo...

Gracias maestro por tener un hueco en tus merecidas vacaciones. Por un momento, para esas niñas, fuistes un héroe. ¿La intención cuenta?

Las hojas del roble dijo...

Un héroe es siempre un héroe, independientemente de la eficacia transitoria de sus acciones.
Un abrazo, Jesús

Jesús Cotta Lobato dijo...

Naranjito, la verdad es que no tuve ocasión de comprobarlo, porque al regresar de tantas carreras, no las encontré. Un abrazo.

Hojas del roble, a ver si mi siguiente acto heroico me sale bien para sentirme el héroe que dices que hay en los que lo intentaron y no lo consiguieron. Un abrazo, amigo.

Blimunda dijo...

Con frecuencia mi amado Antonio escribe sobre los héroes de lo cotidiano( no voy a entrar en detalles porqué él lo explica muy bien y no quiero estropearlo).
Yo entiendo que no tienes de qué redimirte. A veces no ser demasiado valiente es lo más sensato.
Ser escritor, poeta, profesor, padre, amante, amigo, hermano, blogsero, mercurial(...)ya es ser bastante "héroe de lo cotidiano", es decir: de los más difíciles.

Y esas niñas se quedaron, seguro, maravilladas.

Salud y un abrazo.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Blimunda, qué ganas tengo de conocer a tu Antonio. Me gusta lo que dice. Por cierto, me ha encantado tu última entrada. El amor saca de ti lo mejor.

Blimunda dijo...

Yo también tengo ganas de conocer a mi amado Antonio

JSM dijo...

Eso me suena a un poema el "El violín mojado"...

lolo dijo...

Creo que los héroes se hacen, Cotta.

Jesús Cotta Lobato dijo...

JSM, buscaré ese poema. Me gusta el título.

Lolo, es verdad que se hacen, pero unos se sienten más llamados a hacerse que otros. Me alegro de volver a encontrarte.

El alegre "opinador" dijo...

No te preocupes. Lo de dejarles huir no fue cobardía, fue sentido común. No es una heroicidad que te metan una puñalada, es una estupidez.
Yo creo que las heroicidades son las que consiguen salvar a alguien. No las que consiguen salvar algo. En este caso la cadenita de oro no merecía la pena.
Un abrazo.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Alegre opinador, es precioso eso que dices: las heroicidades salvan a alguien, no a algo. Me gusta. Un abrazo, amigo.

JuanMa dijo...

Voy a contar una situación en la que se podía haber requerido cierto arrojo por mi parte, pero que tuvo más de cómico que de heroico:

Yo fui uno de los que guardaron la entrada de la inauguración de la EXPO92 que regaló el BBV con los periódicos cuatro años antes. Pues ese día en que casi no había colas y estaba todo por estrenar, me fui a la réplica de la carabela Santa María, y como era pequeña, había que esperar en el muelle para que no se acumulara la gente dentro. Allí, una azafata monísima se encargaba del paso, y había unos pirindolos con cuerdas para marcar un pasillo. La chica estaba charlando distraídamente con una compañera, muy segura de su prestancia, y se apoyó en el pirindolo, de espaldas al agua, con tan mala suerte que el pirindolo se volcó y cayó con su flamantísimo uniforme al agua de la ría.
Me quedé un instante en suspenso, con la duda de si debía lanzarme como Tarzán para rescatar a Jane, pero rápidamente se me disipó viendo que nadaba como una sirena, así que me limité a darle mi mano para ayudarla a subir el muelle.
La pobre no sabía donde meterse: venía de uniforme desde su casa y no tenía ropa de repuesto, y no dejaba de mirar por todos lados para intentar descubrir las cámaras de televisión que pudieran pillarla.
Los que esperábamos no nos reímos por vergüenza o por empatía, pero la situación lo pedía.
Si ella lee esto, que me perdone.

Jesús Cotta Lobato dijo...

JuanMa, hiciste muy bien en no reírte. Te portaste como un caballero, porque, la verdad, dan ganas de reírse. Ella, si tiene sentido del humor, tiene que enamorarse de ti nada más que leyendo la elegancia con que nos lo has contado. Un abrazo, amigo.