lunes, 19 de noviembre de 2018

Vida en común, de Antonio Rivero Taravillo

Cuánto me congratula el auge del aforismo. En mi caso es un género que ha venido a cubrir una necesidad expresiva. Sin ese género, uno acabaría escribiendo fárragos en vez de quintaesencias. Los aforismos, cuando son eso, quintaesencias, con su elegancia y sus quilates en pocas palabras, son una cortesía del autor.

Doy, pues, la bienvenida a este segundo libro de aforismos de Antonio Rivero Taravillo, a quien no hay que explicarle qué es un aforismo, porque lo sabe y los domina. Sus aforismos son todos afortunados y decir eso es un gran elogio, porque ocurre muchas veces que uno salva un libro de aforismos mediocres o pretenciosos por unos cuantos buenos.

Me gustan los aforismos no tanto cuando denuncian o disparan como cuando descubren con pocas palabras algo grande o bello o imprevisto que estaba oculto, como estos suyos:

Si no traemos llena la sesera al regreso del viaje, malo.

Sin nosotros, ¿qué son los lugares sino recuerdos?

En la naturaleza, no soy yo, sino ello.

De vez en cuando hay que pintar las casas. Si no, se corre el riesgo de que cada vez se parezcan más a nosotros.

Chillan mucho. Ponen el grito en el cielo los que han optado por el infierno.

Más pobre es el que necesita de otros que el que solo precisa cosas.

La ecuanimidad es muy difícil. la moneda no suele caer de canto.

Y un buen etcétera.

(En la foto, Antonio Rivero Taravillo con la también Carmen Camacho, en foto del editor José Luis Trullo)

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