lunes, 29 de septiembre de 2014

Decir o no palabrotas

Me está pasando una cosa curiosa: cada vez digo menos palabrotas en público y más en privado. Me muevo entre niños, alumnos y profesores, casi todos mujeres, y me obligo a mí mismo a hablar ante todos ellos como un caballero, pero, cuando me encuentro entre amigos varones o solo, suelto mis palabrotas… Y hay algo ahí que me asusta un poco.

No sé qué es mejor: reprimirlas una y otra vez en la idea aristotélica de que el hábito hace la virtud o reprimirlas en lo público y darles rienda suelta en lo privado.

He visto varios casos de personas cercanas que, llegadas a la vejez o a la enfermedad senil, se vuelven palabroteras y blasfemas, ellas que lo máximo que decían era «¡Maldita sea!». En cuanto su voluntad de ser damas o caballeros comenzó a flaquear, les salió el villano que tenían dentro.

¿Estoy yo alimentando a ese villano con cada taco que suelto y, cuando me flaquee la guardia de la voluntad, él tomará mi cabeza como la plebe tomó la Bastilla? Y si me reprimo siempre, ¿no me saldrá tanta represión por la culata? ¿Debo cuidar mi lenguaje incluso cuando esté solo como si me estuvieran contemplando todos los ángeles del Juicio Final?

Lo que está claro es que no quiero convertirme en un viejo malhablado. Los viejos, si no son agradables, son doblemente desagradables.

¿Cómo gestionáis vosotros vuestro palabroteo?

11 comentarios:

Vicente dijo...

Yo soy muy mal hablado. Tengo los genitales de ambos sexos todo el día en la boca, en sentido figurado, se entiende.
Tu comentario sobre los viejos doblemente desagradables me recuerda que un amigo mío decía que no hay nada peor que una vieja impía.

reyvindiko dijo...

Yo soy más de mentar a la madre y el oficio de la cosa que no funciona o con la que me he hecho daño, pero me pasa como a ti, que como la gente no está acostumbrada a que yo suelte palabrotas, se incomoda. A mi también me incomoda que alguien las suelte, me parece que está enfadado.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Vicente, me sumo a la opinión de tu amigo. El otro día fui a comprar churros y me tocó al lado una vieja impía que habló de obscenidades.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Reyvindiko, ¡a mí me pasa lo mismo! CUando oigo a gente que suelta los tacos, pienso eso mismo. Y no quiero que piensen eso de mí cuando los digo.

Dyhego dijo...

Don Epifanio:
Pues yo creo que hay que desahogarse. Si es en privado, mejor.
El año pasado entré al despacho del jefe de estudios a unos asuntos y me dí en toda la rodilla contra la mesa y se me escapó un "me cago en la puta, que daño me he hecho" y una compañera me dijo: "¡Diego, es la primera vez que te oigo un taco!" y eso que entonces llevaba ocho años en el centro...
Pero cuando voy conduciendo, o veo el telediario, el ordenador se atranca o tengo una traca con mis hijos, madre mía, la boca que se me pone...

25 neutonios con jolines.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Dyhego, la verdad es que si uno no suelta un taco no se desahoga igual. Son palabras terapéuticas. Pero en ese poder reside su problema: lo mal que suenan. Seguiré como sigo, es decir, como usted. 25 neutonios con cáspita

Vicente dijo...

Me acabo de acordar de una anécdota que contaba una tía abuela mía. Esta señora pasó la guerra en Madrid, y sobrevivió a pesar de ir a misas clandestinas ( para que luego digan que la República era un régimen de libertades).A una amiga suya,con título de marquesa, le ocurrió lo mismo y se pasó la guerra vestida de miliciana jurando como un carretero. Acabada la guerra, la marquesa volvió a su posición anterior, su collar de perlas de tres vueltas,abrigos de visón, etc, etc, pero no pudo abandonar la costumbre de soltar tacos, cosa que no hacían las marquesas de los cuarenta del pasado siglo. La buena señora decía que cuando sus hijos se le amotinaban, daba un puñetazo en la mesa y soltaba un coño a voz en grito y los ponía firmes a todos.

Vicente dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jesús Cotta Lobato dijo...

Vicente, no hay mal que por bien no venga: su etapa clandestina en la guerra le sirvió para hacer de ella una marquesa singular y con lo que hay que tener. Investigaré si en los años posteriores a la guerra decir tacos se asociaba con la República vencida o si eso lo llevamos los españoles en los genes. Un saludo

Retablo de la Vida Antigua dijo...

Las palabrotas son inevitables y hasta convenientes en ciertas circunstancias y en determinados trances. Ejemplos: en el frente, afrontando una tempestad, ante un dolor inaguantable y repentino o por un arrebato de indignación extrema.

Es, por otra parte, inadmisible que se conviertan en parte consustancial de nuestra conversación. Estoy contra el uso cotidiano y normalizado de las palabrotas. Después, por supuesto, hay que diferenciar el taco de buena fe, con sus debidos atenuantes, de la obscenidad y la blasfemia, siempre condenables en gente como nosotros, de buena crianza.

Saludos a todos ustedes.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Retablo, me ha convencido usted totalmente. Esa respuesta merece encuadrarse, porque distingue entre tacos y tacos, entre personas de una crianza u otra, y entre situaciones y situaciones. Me quedo con esas tres diferencias y a ellas creo que, sin saberlo, me he atenido, aunque, a veces, me las he saltado. Gracias.