De niño, yo era tan malo para comer, que mi madre ya no sabía qué hacer conmigo.
El médico me recetó una vez no sé qué jarabe de color rojo que yo sólo accedí a tomarme porque mi madre me dijo que sabía a fresa. Me gustó tanto, que me pasaba el día pidiéndole jarabe.
Cuando se acabó ese bote, mi madre apareció con otro de color marrón. Y ese color me hizo desconfiar.
-Este es de chocolate -me explicó mi madre.
Y yo abrí la boca confiado y aquello sabía a demonios. Ha sido, que yo recuerde, la única vez que mi madre me ha echado una mentirijilla.
Los jarabes se acabaron y, agotadas todas las estrategias para que comiera, mi madre descubrió de chiripa que enseñándome los dientes apretados y emitiendo un vago sonido así como de monstruo, a mí me daba un poco de miedo y abría la boca y comía lo que me echasen.
Abusó tanto de esa técnica, que acabé perdiéndole el susto, pero me llegaba al corazoncito verla allí tan preocupada por mí, haciendo el monstruo, que yo fingía que me daba mucho miedo. Y ella siempre me premiaba, después de la comida, con besos y con sonrisas.
Ay, la sonrisa de mi madre, tan emocionante de recordar.
10 comentarios:
De nuevo me emociona usted con este sencillo relato,que trae a mi memoria las intragables papillas de lentejas,que mi madre me preparaba,creyendo que así me gustarían más.Qué difícil y poco grata es la tarea de dar de comer a los niños,que te hacen,no solo mentir,sino prometer lo imposible:"saldremos con las bicis cuando terminéis"y sabes que no será así,porque no deja de llover...o tienes tanto trabajo ...qye engañas mientes y mientes...En fin no siempre se puede poner macarrones o carne con patatas.Gracias TROYA
Troya, yo creo que todos los padres hemos dicho mentiras muy gordas y hemos prometido el oro y el moro con tal de que el niño coma. Es el amor y la desesperación los que nos hacen decir esas mentirijillas. Reciba usted mis más afectuosos saludos.
La desesperación me hizo amenazar a mi hijo con un perro: si no se comía lo que tenía en el plato pasaría de sujeto a complemento directo. Mamá me vio un día y me recordó que yo era peor para comer y que jamás simuló que me echaría como comida a un perro hambriento y que allí estaba haciendo el bruto, que no me había muerto. Me hundió y me rescató.
Reyvindiko, mamá es el mejor manual de pedagogía, una antología contra los libros de autoayuda y esas chorradas. Me alegro de saber esta anécdota. Un beso.
Don EPIFANIO:
-Mi hijo no me come.
¿A qué me sonará esa cantilena?
25 neutonios hambrientos.
Se me mezclan las imágenes de mi madre dándonos de comer, todo sonrisa y ternura, el cielo, y yo con los míos y la tortilla francesa que duraba tres cuartos de hora.
Tú serías malo para comer, Cotta. Pero eras bueno.
Dyhego, prueba a enseñarle los dientes. Veinte nutritivos neutonios.
Lolo, y ese filete de pollo que se quedaba frío como el hielo y que el nene mastica en la boca durante horas. No es que yo fuera bueno; más bien la bondad de mi madre me conmovía.
Qué bonito
Si, si, en casa a los peques tambien nos pusieron a jarabe porque no habia manera. Era rojo y nos encantaba: Trimetabol.
Anónimo, bienvenido.
Varenka, ese sería el nombre de lo que me dieron a mí. Un abrazo.
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