Cuando se hacía la procesión de la Virgen de los Remedios de Cártama, la gente del campo solía repostar en la tienda de mi padre, en la Estación de Cártama. Una de las peregrinas señaló a mi padre unos salchichones envueltos en papel de estraza con un trozo de guita que sobresalía por la punta y compró seis para repartirlos entre los suyos. A mi padre le parecieron demasiados salchichones para un solo cliente, pero no dijo nada. Y si a la señora le parecieron caros, tampoco dijo nada. Pero al día siguiente volvió muy indignada:
-Oiga, ¿qué me vendió usted el otro día?
-Salchichones –repuso mi padre con toda tranquilidad.
-¡Vaya! ¡Y yo los compré creyendo que eran velas! Y cuando se las reparto a mis hijos en la procesión para encenderlas, la mecha se apagaba en seguida. Y la gente me dijo: “¡Pero, señora, si eso no son velas! ¡Son salchichones!”.
Como esos salchichones, según me explicaba mi padre, eran tan finitos y rectos, parecían cirios, y la guita donde colgarlos parecía la mecha.
De ella me he acordado las dos veces que he subido a la ermita este verano a ver a la Patrona, que, por cierto, mide 22 cm. La más pequeña de la comarca. Por eso pudieron salvarla de la quema en los años de la Segunda República metiéndola en una maleta rumbo a América. Menos mal, porque así podemos rezarle en lo alto de la peña.
Cuando yo era pequeño, las paredes y el techo de la ermita estaban llenos de exvotos. Hoy se concentran en dos paneles.
Mi abuela subió la cuesta de la ermita de rodillas por una promesa que hizo. Mi madre la subió descalza y bajo la lluvia para darle las gracias a la Virgen de salvar de la muerte a uno de sus hijos.
Yo, que soy un comodón, la he subido con buen calzado. Eso sí, en agosto, bajo un sol de justicia y dos veces. Al subir cantaban las cigarras. Y al bajar, cantaban los grillos. Pero no fue sacrificio ninguno, porque ella es muy bonita y me recibió allí arriba con sombra de pinos, piedras encaladas, una fuente fresca, murallas árabes y, ya en su ermita blanquísima, dentro de su camarín, sonriente y atenta a mis súplicas, que eran muchas y atropelladas.
8 comentarios:
Don Epifanio: que se cumplan no los ruegos que pida usted sino los que necesite en cada momento. No siempre lo que se desea es lo conveniente para uno, dicen los sabios zen, zin, zon, zun o lo que sea.
25 neutonios con salchichón y otros 25 con vela.
Don Dyhego, tiene usted más razón que un santo, nunca mejor dicho. Espero, pues, que lo que deseo sea también lo que necesito, pero de eso sé poco, como usted bien me sugiere. Reciba usted neutonios con mecha.
A veces esto es tan valle de lágrimas que habría que subir todos los días.
Por lo visto se llamaban salchichones de vela.
Reyvindiko, nos acordamos mucho de Germán. Y tienes toda la razón. Hoy mismo preferiría estar allí arriba y no aquí abajo. Un beso.
Algún juego de más darían esos salchichones. Y la intención de las velas le bastaría a la Virgen.
La Virgen de mi pueblo tiene un nombre muy bonito que me hace falta todos los días. Pero como solo hay una no te lo digo, que se me estropea el anonimato. Hoy se lo cuento a ella, lo de tu atropellamiento, digo. Seguro que le hace gracia.
Lolo, vaya, me quedo sin saber el nombre de tu patrona. Pero haces bien. Yo le tengo siempre encendida una mariposa de aceite a la mía. La de esta noche será para ti.
La confusión de los salchichones por velas me parece un suceso muy gracioso de verdad. Y de humor surrealista, propio de Jardiel o de Tono.
Saludos señor Cotta.
Vale.
Retablo, si el episodio le parece a usted digno de Jardiel, es que es gracioso de verdad. Reciba usted mi abrazo.
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