jueves, 15 de octubre de 2020

San Benito en Sevilla y la Virgen del Pilar en Filipinas

Esta semana he estado en Castiblanco de los Arroyos con unos amigos. Hemos ido de romería a la ermita de San Benito, tan querida en la comarca. 

Lo que son las cosas. Cuenta la tradición que san Benito, muchos siglos después de su muerte, se apareció en forma de joven monje herido a unos labradores de Castilblanco y les dijo quién era y allí mismo se puso el lugar de culto que aún hoy sigue suscitando tanta devoción. Me llama la atención lo ajenos al tiempo y al espacio que son los santos; a san Benito desde luego le dio igual aparecerse siglos después y tan lejos de su patria a unos aldeanos que a lo mejor nunca habían oído hablar de él.

Y aprovecho hoy día del Pilar para poner una canción en chabacano (que se habla en Filipinas y que es una mezcla de español y de la lengua local). Estoy orgulloso de los españoles que la llevaron allí.



lunes, 12 de octubre de 2020

 

1. Según Kant actuar por amor y no por deber no es un acto moral. Pero se ha descubierto que Kant era un robot. 

2. Pasar de defender al bueno a atacar al malo es un triunfo del malo. 

3. Los buenos no fuerzan a los dioses con ritos mágicos. Oran. 

4. No comes animales, pero te brillan menos los ojos. 

5. El suicida no quiere morir, sino librarse de su desesperación. 

6. La alegría obligatoria, como la desnudez obligatoria, es más denigrante que la tristeza obligatoria. 

7. Alégrate si te tachan de hipócrita, tradicional o incoherente. Señal de que no pueden tacharte de mediocre. 

8. ¿Mediocre y de los nuestros? Es bueno. ¿Mediocre y de los otros? Es pésimo. 

9. La argucia más sutil del fariseo es lograr que me sienta orgulloso de ser un publicano. 

10. Rechazar la religión por las guerras que produce es como rechazar el sexo por las enfermedades que contagia. 

lunes, 5 de octubre de 2020

El profesor enmascarado

 

Es una sensación inquietante no ver las bocas de mis alumnos. Ahora son solo ojos mirándome. Si hago un chiste o una gracieta, solo por el brillo de los ojos puedo ver si se han reído o no. Me he dado cuenta de que como no puedo transmitir gestos con la cara, acabo gesticulando más y moviendo más los brazos.

Cuando un alumno se quita la mascarilla un momento para beber agua y le puedo ver la cara, es para mí todo un acontecimiento: de repente ese rostro me descubre un misterio como el de su alma. Lo increíble es que casi siempre las bocas me sorprenden. No eran la que yo me esperaba para aquellos ojos. 

El primer día de clase, cuando me presenté, me quité la mascarilla cinco segundos para que todos pudieran ver la cara del nuevo profesor que les había caído en suerte ese año. Y solo cuando me desenmascaré recordé que esa mañana no me había afeitado. “Total”, pensé antes de ir a clase, “si no me van a ver la cara”. Gran error. Un calvo sin afeitar es la primera impresión que les he dado, y nunca se tiene una segunda oportunidad de dar una buena primera impresión. 

Y cuando voy a repartir una fotocopia, me desinfecto las manos y paso con el lote de hojas para que cada uno coja la suya, como si estuviera repartiendo pastelitos. 

Solo una cosa buena tiene la mascarilla: me obliga a hablar más despacio, a vocalizar myy bien, a pensar mejor las frases que voy a decir. Hoy empezaré la clase con esta máxima: Ad astra, per ardua.