Desde que me hice un programa de deporte para desprogramarme de la nicotina, comencé a ponerme fuerte sin demasiado esfuerzo. El problema es que en una persona obsesiva como yo es la mar de fácil caer en el narcisismo del cuerpo, pero también la mar de feo. Me imagino posando como el de la foto y me muero de vergüenza.
He recibido varios toques de la Tierra y uno del Cielo y me he puesto a buscar razones que me animen a seguir haciendo deporte no por narcisismo y vigorexia, sino:
a) porque Dios me ha dado este soporte material no para que lo afofe en el sofá, sino para que yo le saque el máximo partido. ¿No nos repartió unos talentos a cada uno? Pues a mí me dio pocos, pero uno es este cuerpecito resistente y agradecido
b) porque noto que, cuando corro o hago flexiones, tengo más ganas de vivir y comerme el mundo y siento una especie de droguilla corporal: unacosamugrandequenosepuexplicar
c) porque siempre me han impresionado esos padres fuertes que llevan un hijo colgado de cada brazo
Así que:
a) romperé los espejos de mi casa y consagraré el sufrimiento del deporte a causas nobles: las energías que invierto en mi cuerpo la recogerán los ángeles centuriones para repartirla allá donde haga falta.
b) y no pisaré la sala de máquinas del gimnasio, sino solo la piscina. Y si aun así me pongo más fuerte aún, cuando vaya a la playa, me vestiré de saco y ceniza o iré al alba para no presumir y para que sólo Dios lo vea
c) y, por último, no aumentaré el peso de mis mancuernas. Puede que incluso, en vez de elevar mancuernas hacia el cielo, eleve dos ejemplares de la Biblia Políglota. Sí. Eso haré.