Ayer, explicando a mis alumnos el episodio de Ulises y las sirenas, me di cuenta de que aliño la historia con datos que Homero no aporta, y me ha entrado el escrúpulo de que estoy grabando en sus corazones impresionables invenciones mías haciéndolas pasar por homéricas (luego me he tranquilizado pensando que, total, como luego van a tener leer el episodio en Homero mismo, se les quedará la versión oficial). Pero es que Homero nos pone tan fácil añadir detalles de nuestra propia cosecha...
Por ejemplo, les digo que Ulises nunca en su vida olvidó el cautivador canto de las sirenas y que cuando cerraba los ojos para descansar lo atormentaban aquellas voces en el fondo de su corazón y anhelaba más que nada en el mundo volver a oírlas.
Una de las primeras cosas que quiero hacer cuando me muera es, aparte de pilotar algún cometa, es visitar a Homero. Supongo que estará en los Campos Elíseos o en la Isla de los Bienaventurados, conversando con Virgilio, Garcilaso y Camoens. Allí me presentaré a mostrarle mis respetos. Ojalá él no me tenga en cuenta mis invenciones sino que me ponga la mano en la calva y me bendiga y me deje sentarme a un lado mientras oigo a los grandes departir en los prados perdurables.