Durante la Segunda República y la Guerra Civil era común la opinión de que la democracia de corte liberal era incapaz de resolver los grandes problemas del mundo que sí habían sabido resolver, en cambio, los regímenes emergentes de Rusia y Alemania. Estos regímenes aún no habían mostrado al mundo su sanguinario rostro, y muchos jóvenes en España se hacían falangistas y, sobre todo, marxistas en la creencia de que en esos movimientos estaba la solución.
Esos jóvenes falangistas y marxistas cometían el mismo error político: el desprecio a la democracia parlamentaria. Pero ese error no los convierte necesariamente en malos, del mismo modo que ser demócrata no nos convierte necesariamente en buenos. Lo que nos hace dignos del nombre de una calle no es nuestra adscripción política, sino nuestros actos. Lo malo no es ser comunista o falangista, sino ser mala persona.
Joaquín Romero Murube, que fue falangista al final de la guerra y no al principio, era una buena persona. Miguel García Posada, que desde luego no puede ser tachado de conservador ni reaccionario, me lo definió como un "hombre mágico".
Como refiero en mi libro Rosas de plomo, fue la única persona en zona nacional que solicitó de Franco licencia para investigar el asesinato de Federico García Lorca y, en 1937 tuvo las agallas de publicar, a pesar del silencio oprobioso que en zona nacional pesaba sobre ese asunto, un libro de poemas en homenaje al poeta.
Ergo, una de dos: o quienes han propuesto (aquí) quitarle a Romero Murube el nombre de la calle en Sevilla por ser falangista son unos ignorantes que nada saben de él o bien los malos son ellos por creerse del bando correcto y con derecho, pues, a determinar quién es buena o mala persona no según sus actos, sino según su adscripción política.
Luego, por desgracia, están los tibios, los que se abstienen creyendo que así son más objetivos.
sábado, 28 de julio de 2018
lunes, 16 de julio de 2018
Dos aforismos de Felipe Benítez Reyes
En la revista semestral de traducción Pliegos de la Academia leo un par de aforismos de Felipe Benítez Reyes que me han revelado una verdad acerca del oficio de escribir y otra acerca del escritor.
El primero dice:
La verdadera escritura suele empezar sobre lo ya escrito.
Cuántas veces pasa que uno se pone a escribir torrencialmente pensando que eso va a ser casi definitivo y luego resulta que no era más que un esbozo de borrador o un mero tanteo.
A un escritor no le hace falta saber cuáles son sus habilidades, porque se manifiestan por sí solas, pero sí tal vez tener muy claras cuáles son sus limitaciones, porque también se manifiestan por sí solas.
Qué pena, porque es más fácil conocer las habilidades que las limitaciones, porque uno tiende a pensar que lo limitado es el tema que está tratando y no quien lo trata.
Ahí quedan.
martes, 10 de julio de 2018
Los bemoles, agallas y arrestos del torero Juan José Padilla
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