miércoles, 27 de mayo de 2020

Una reseña de Enrique García-Máiquez

Enrique García-Máiquez ha dedicado un artículo suyo a un poema mío.

El artículo me gusta tanto como Enrique García-Máiquez.

En él habla de las bodas de Caná, que es precisamente mi pasaje evangélico favorito. En esas bodas Eros pidió el bautismo y Jesús, un poco achispado por el buen vino, bailó al son de la música de las esferas.

Gracias, Enrique.

Aquí.

lunes, 25 de mayo de 2020

El poder de la poesía

Ese es un milagro de los poetas: el de convencerte por el corazón y la sensiblidad y las emociones de lo que no te pueden convencer por la cabeza. Por eso Platón no los quería en la República. Y, como Platón, los ideólogos, que solo admiten a los poetas si corean sus consignas o si cantan a las flores del campo.

Conozco personas que no creen en la culpa ni el pecado ni el valor del arrepentimiento y que sin embargo lloran de emoción en la hermosa escena de la película de La misión, cuando el personaje interpretado por Robert de Niro se considera perdonado del pecado de haber matado a su propio hermano y empieza a reír y llorar mientras los indios, extrañados y curiosos, le tocan la barba.

Yo no creo en Afrodita y me emociona Safo cuando le hace una plegaria.

lunes, 18 de mayo de 2020

El tercer beso

Tres, que yo recuerde, son los besos que me han dado en la calva.

El primero me lo dio un sobrinillo de tres años. Me agaché para ponerle bien los zapatos, que los tenía al revés, y él me estampó en la calva un espontáneo, sonoro y transparente beso para siempre.

El segundo fue en un restaurante. Unas chicas vestidas de egipcias celebraban a nuestro lado una despedida de soltera. Una de ellas me pidió permiso para que la novia me diera un beso en la calva, que era por lo visto una prueba que debía superar. Y en cuanto asentí, lo celebraron todas a gritos, despejaron la zona, pusieron una silla en el centro, me sentaron allí con mi calva reluciente, pintaron de carmín los labios de la novia y ella avanzó sacerdotal hacia mí e imprimió su beso, lo cual fue grabado por todos los teléfonos del mundo.

Pero el tercer beso ha marcado en mi vida un antes y un después. A primeros de septiembre del año pasado dije en una improvisada tertulia que, por culpa de las infinitas contrariedades de una mudanza, tenía yo una ira interna con la que no sabía qué hacer (el purgatorio debe de ser como una mudanza interminable y con mil flecos). Todos se solidarizaron conmigo hasta que yo dije lo siguiente: “No os preocupéis por mí. Ahora entraré en una iglesia y allí se me pasará todo”.

Entonces casi todos se echaron a reír y me dijeron: “¿No será mejor ir al gimnasio?” “Dale mejor puñetazos a un saco de arena”. “Vete bajo un puente y grita”, “Toma valeriana”… Sus consejos me sonaron igual que si a alguien que se queja de estar solo le decimos que vea la tele o se ponga música en vez de decirle: “Ven, vamos a dar un paseo”.

Yo no necesitaba combatir mi ira con métodos y sustancias, sino que algo superior a mí me arrancara de ella. Así que fui a la iglesia del Santo Ángel, donde está el Cristo de los Desamparados, de Martínez Montañés. Le tengo un gran cariño a este escultor porque el instituto donde trabajo tiene el honor de llevar su nombre y porque sus cristos transmiten con una naturalidad sublime una armonía de contrarios: lo más palpable de este mundo (el dolor de un hombre) y lo más excelso del otro (la majestad de un Dios).

Ante él me arrodillé, cerré los ojos, lo llamé, no sé por qué, Su Majestad, Autor del cosmos, y por vez primera comprendí cómo todo yo era hechura de sus manos. “¡La de explosiones de estrellas que has tenido que liar hasta que te he salido yo!”, recuerdo que le dije. Y, entonces, (me emociono aún de recordarlo), cuando la gratitud, de tan grande, me iba a romper las costillas, vi, en la pantalla de mis párpados cerrados, que venía él desde la cruz hacia mí, me ponía las manos en los hombros y me daba en la calva un beso que me envolvió y aún me envuelve en su calor.

Fue un beso sacramental que abrió los cielos y me rescató del peso de las fuerzas de este mundo a través de algo que este mundo no puede producir: la gracia. No me hizo falta gritar ni golpear un saco ni apuntarme a un gimnasio. Todo fue más barato, fácil y luminoso. Solo tres personas me han dado un beso en la calva: mi sobrino Ernestillo, una soltera en una despedida de solteras, y el mismísimo Cristo de los Desamparados de Martínez Montañés el día de la Natividad de María, ocho de septiembre de 2019, a las nueve menos cuarto de la noche, en Sevilla.

lunes, 11 de mayo de 2020

Mis genes según My Heritage

Pues resulta que los Reyes Magos me regalaron un test genético de My Heritage. Me encantaría conocer a un genetista que me diga la fiabilidad de tales pruebas. El caso es que me pidieron un árbol genealógico lo más detallado posible, y yo me remonté hasta el primer Cotta del que mi padre tenía noticias: un italiano del siglo XVIII.

Y el resultado es el siguiente: soy 94 por ciento ibérico, tres por ciento de Medio Oriente y dos por ciento inglés o galés.

Ahora bien, ¿en qué consiste ser ibérico? Según veo, My Heritage distingue el aporte norafricano (más o menos un veinte por ciento de españoles lo tienen), el aporte noreuropeos (más o menos otro veinte por ciento), otros tantos tienen aportes escandinavos, italianos, etc... ¿Significa eso que lo norafricano es el aporte de las invasiones árabes ,y que lo noreuropeo es el de los pueblos bárbaros? En ese caso, ¿lo ibérico es la mezcla solo de íberos, celtas y romanos? ¿Y en qué consiste lo de Medio Oriente: judío y árabe? ¿Y lo de inglés o galés no tiene nada que ver con el aporte celta? 

Sea como sea, queridos ancestros míos, ¡cuánto os agradezco que, en cuevas, playas, prados y lechos, os hayáis dedicado al grato placer del amor para que al final, con el mundo reluciéndome en la calva, salga yo a celebrarlo todo bajo la bendición del Dios de todas las estrellas!

domingo, 3 de mayo de 2020

Mi madre y sus ángeles

De Jesús Cotta Lobato a su madre Isabel Lobato Vargas

Mi madre y sus ángeles

Mi madre y sus ángeles
dan los buenos días.
La casa cimbrea
todas las cortinas 

y aumenta de espacio
las habitaciones
como ocurre en cuentos,
sueños y canciones.

Mi madre y sus ángeles
me hacen un café,
me cuentan sus cosas
todos a la vez.

El sol nos escucha
de rayos cruzados.
Mi padre saluda
desde su retrato.

Mi madre y sus ángeles
suben al balcón
y bajan a verla
la luz y un gorrión.

Riega las macetas
con agua y diamantes.
Las flores que toca
brillan más que antes.

Mi madre y sus ángeles
van a la cocina,
cantan una copla,
hacen la comida.

No saben que sé
que hay postre sorpresa:
polo de melisa,
té, limón y fresa.

Mi madre y sus ángeles
bordan un mantel
donde soy un niño
que escala un laurel.

Repasan las fotos.
Se ríen bien fuerte
con mis chistes blancos
y uno un poco verde.

Mi madre y sus ángeles
rezan el rosario,
labios entreabiertos,
párpados cerrados;

y, a la vez que Venus,
dan las buenas noches.
Tiembla el cielo entero
con sus oraciones.

Ángeles con alas
grandes como estrellas,
 seguid manteniendo
lejos las tinieblas.

(De Niños al hombro)