domingo, 30 de octubre de 2016

El poema de la semana

Este poema sencillo y sin pretensiones tiene un buen final que expresa lo que, a mi parecer, es la realidad más excelsa del cosmos.

En el Pedroso, en un pueblucho de mi España,
en un poniente de tomillos irreales,
en una acera hollada por las gentes,
he visto escrito amor,
al filo de la noche, cuando todos se habían ido.

Vicente Sabido (de Aria)

lunes, 24 de octubre de 2016

Planificar la vida

Me he dado cuenta de que hay días en que invierto mucho tiempo en planificar mi vida, en replantear mis metas, en actualizar mis propósitos, en reflexionar sobre mis motivaciones, en combatir mis angustias, en reprogramarme.

Es un hábito que ha ido creciendo conmigo este de anotar todo eso en mi agenda. A veces llego a planificar los cinco años siguientes, sabiendo que eso y nada es lo mismo. Pero, ay, ¿qué sería de mí sin esa lista de propósitos agrupados en: Dios, trabajo, deporte, literatura, miedos...?, etc Me imagino que me haré viejo cuando ya no sienta la necesidad de programar nada, sino de dar gracias por lo que cada día me da.

Pero, conociéndome, me haré planes para el más allá: trescientos años en Andrómeda, otros trescientos reventando supernovas en no sé qué galaxia, luego otros trescientos visitando los libros que más me han gustado. Y así usque ad infinitum

domingo, 23 de octubre de 2016

El poema de la semana

Este poema me gusta porque, además de tener algo de biografía y microrrelato, con su toque de misterio, describe magistralmente en qué consiste la insoportable contingencia de aquello que no queremos en absoluto que sea tan contingente: la vida.

LA BALA DE PLATA

Es la última. Las demás las he ido regalando
a tipos como yo. Una leyenda
he mandado grabar a su través:
“Soy dueña de una vida”.
Mis familiares piensan que es solo un amuleto.

 Algún día, esa cosa minúscula
sabría acabar con todo. Y es curioso
que algo tan insignificante
me pueda trasladar a los infiernos.

Felipe Benítez Reyes (Paraísos y mundos)

jueves, 20 de octubre de 2016

La española y la nigeriana

El otro día, mientras intentaba en vano llamar desde una cabina telefónica, que desde que tiene todo el mundo teléfono móvil son pocas y están rotas, asistí a una escena preciosa. Una nigeriana que vendía pañuelos en un semáforo se puso a hablar con una española, que le fue a comprar un paquete de pañuelos. La española sacó un billete de veinte euros y la nigeriana fue a buscar un bar para que le cambiaran el billete, pero la española cambió de opinión y le dijo:

-Anda, quédatelo.

Y entonces la nigeriana, sin creéerselo, se puso literalmente a dar saltos de alegría y a abrazar a la mujer, llorando a lágrima viva, y a hablar en su español mezclado de inglés en una retahíla que intento aquí poner en pie:

-¡Yo hoy ya puedo ir casa! Yo triste esta mañana because I have to pay my room. ¡Gracias, gracias! Yo cambio semáforo, pero siempre poco dinero en toda la semaforo. Gente no compra, pero yo no quiero prostituta, porque I have a baby. She is con monjas in Morón, because I can´t feed her. Yo tengo Bible, mira –y le mostró una biblia muy pequeña y muy usada, con frases subrayadas. Y leyó con una voz que me emociona solo de recordarla -. The Lord is my shepherd. I shall not want”. Yo sé Dios ayuda y Dios mandó tú.

Y no dejaba de abrazarla y de reír, sin creerse que alguien le hubiera dado unos veinte euros. Y no dejo de pensar en la pobre nigeriana que no quiere prostituirse porque tiene una hija pero tiene tentaciones para poder alimentarla. Pero más pienso en el corazón de oro de la española que le dio veinte euros.

Qué oscura y triste sería la vida para esa nigeriana si no viera la mano de Dios en mujeres como esa española que hacen el mundo tan bonito como ellas dos.

lunes, 17 de octubre de 2016

Jenofonte

¿Qué debo hacer con un alumno que, en vez aprender a traducir del griego al español un fragmento del libro IV de la Anábasis de Jenofonte, que es lo que se supone que debe hacer en selectividad, se aprende de memoria todo el libro en español, porque le encanta, pero luego es incapaz de traducir del griego al español una sola frase de Jenofonte?

sábado, 15 de octubre de 2016

El poema de la semana

Rompiendo mi costumbre, como ha hecho la Academia Sueca, esta vez os mando un poema de una poeta china del siglo XI ni más ni menos, que me sorprendió porque parece recién dicho por alguien de hoy.

Como las hojas de los árboles, las generaciones de hombres, decía Homero. Pero la poesía es el mismo árbol, generación tras generación.

Feliz otoño a todos.

Esta noche ha llovido y el viento era muy fuerte.
Dormí mucho, pero aún me aturde el vino.
Pregunto a quien levanta la cortina
y me dice que no ha cambiado nada,
que el manzano es el mismo.

¡Qué sabrá ella!
Seguro que se habrán ido las flores,
todo será más verde y menos rojo.

Li Qingzao (XI-XII) (Cantos de amor y de ausencia, Cantos “ci” de la China medieval, de Hiperión)

viernes, 7 de octubre de 2016

B

Llevo tiempo queriendo escribir sobre B.. Era una buena compañera de trabajo, afable en el trato, muy discreta, aunque de familia de renombre.

Tengo sobre mi conciencia que, por algunos intereses, le oculté cierta información con la que ella podría haber elegido mejor. Fue el mío un pecado de omisión. Espero que me haya perdonado.

Hace unos años, del modo más horrible, murió en su casa sin que pudieran socorrerla. Pienso en esa soledad angustiosa de sus últimos minutos y se me hace un nudo en la garganta.

B., gracias por la simpatía y porque una noche nos invitaste a tus tres compañeros de departamento a cenar en la terraza que daba al Guadalquivir, en ese club exclusivo del que eras socia. Desde aquí te mando toda la frescura de los ríos.

lunes, 3 de octubre de 2016

El beso al calvo

En la última cena con mis amigos mercuriales este verano, cenaban a nuestro lado muchas mujeres vestidas de flamenca en una despedida de soltera. Y he aquí que una de ellas me preguntó discretamente si yo permitía a la novia darme un beso en la cabeza, porque una de las pruebas que ella tenía que superar era dar un beso a un calvo.

¡Dios mío! ¡Ese es mi sueño dorado! ¡Por fin mi calva tenía sentido! ¡Que unos labios rojos se estampen en mi calva, como vi yo cuando chico que le pasaba a Popeye en una de sus aventuras! Así que le dije que sí y, entre aplausos y vítores de todos los presentes, me senté en una silla y ella me dispensó el sonoro y rojo beso.

El poeta Ramón Simón, que me quiere bien, le dijo a la besadora que yo era poeta y, entonces, todas las amigas se volvieron locas pidiendo que yo le recitara un poema a la novia. Y he aquí que la suerte me sonrió otra vez, porque yo tenía un libro de poemas mío en el bolsillo de la chaqueta, así que me puse en pie sobre una silla y, en el silencio más expectante, todo el mundo se calló y leí el poema. Todo eso que cuento pasó en menos de cinco minutos. Pero, Dios mío, ¡qué intensos y bellos!

Aquí el poema que le leí.

Cuesta Maneli
Salgo del mar a ti, que estás tendida
con el abrazo abierto a mí y al cielo.
Rubia en la arena rubia, hecha una duna,
me enciendes con más oros el deseo.

Cuando atrapo la luna entre mis labios,
la pongo entre los tuyos con un beso.
Un colibrí bañándose en rocío
no es tan dichoso como yo en tu pecho.

Donde solo hay agua, arena y tú,
apuntan hacia ti los elementos
y el mar y yo te compartimos
y todo es esplendor y todo es lecho.

sábado, 1 de octubre de 2016

El poema de la semana

Queridos amigos:

Los poemas que, leídos en voz alta, se crecen más que en silencio me gustan más, porque guardan más relación con la música, hermana de la poesía. Si no es así, se arriesgan a convertirse en aforismos, diarios o en prosa con renglones partidos.

Estas coplas que os pongo cumplen el requisito de la buena poesía y, además, están cargadas de un mensaje hondo, sincero y dolorosamente humano.

-Si me dieran otra vida
para corregir mis fallos,
tan solo procuraría
cometerlos más despacio.

-¿Por qué será este dolor
que no se calma con nada,
si sé que no existe nada
que provoque este dolor?

-Veo acercarse la piedra
en la que ya tropecé.
A ver si recuerdo cómo
me levanté la otra vez.
(Señales de vida, de Juan Antonio González Romano)