Los que me acompañaban me dijeron que, al decirle que se tomara un café a mi salud, acaso se había sentido tratado como un pordiosero y que por eso me había lanzado esa mirada. Ojalá fuera eso. Pero yo recuerdo perfectamente haber hecho esfuerzos para que mis palabras no resultaran hirientes, sino agradables. Mi mensaje era: «Hay algo más importante que las diferencias ideológicas que nos separan: tú y yo».
Más bien creo que, si me miró mal, fue no solo por sentirse tratado como un mendigo y por no haber podido vender ni un solo ejemplar en aquel bar, sino sobre todo por la frescura con que le dije que no estaba de acuerdo con su ideología política, cosa a la que creo que no estaba acostumbrado.
Me da por pensar que es de esas personas que se hace solo amiga de otra si vota al mismo partido. Un aburrimiento. En época de paz, esas personas se contentan con mirarte mal o retirarte la palabra. En época de guerra, puede que te señalen con un dedo que es como una pistola para que te fusilen en la tapia del cementerio y, encima, creen haber cumplido con un deber.
Eso es lo malo de la ideología: que convierte en subhumano al que no está de acuerdo con ella.