Hay mañanas en que me despierto con el estribillo de la canción más tonta en la cabeza y no se me va de ella en todo el día. A lo mejor estoy dándole vueltas a las clases que voy a dar ese día, y sale Massiel con todo su coro cantándome:
Vamos al Noa, Noa, Noa....
Noa vamos a bailar.
El estribillo del día podía haber sido el
Aleluya de Haendel o el
Ave, verum corpus de Mozart. Pero no. Resulta que es el
Noa Noa o el
I wanna dance with somebody who loves me, que son además dos canciones que ni oigo a menudo ni me gustan. Y las neuronas se me ponen a tararearlas mientras friego los platos o cuando voy en bici o incluso cuando filosofo con los amigos.
Digo yo que, con la cantidad de versos de buenos poetas y la cantidad de máximas latinas que me sé de memoria, ya podía ser un verso de san Juan de la Cruz o una máxima de Séneca la que me acompañase el resto del día, y no el éxito del verano.
Yo creo que este martilleo musical tiene que cumplir alguna función vital. A lo mejor las neuronas se dicen entre sí: "¡Chicas, a ver qué nos ponemos a cantar hoy para que nuestro patrón, que es obsesivo, compulsivo, depresivo, no nos salga por los cerros de Úbeda!" Y, hala, se me ponen flamencas.
Por favor, neuronas de mi alma, de mi corazón y de mis entretelas, hoy deposito en vuestra ara bioquímica unas rosas frescas para que mañana, si lo tenéis a bien, me despertéis con la música de las esferas o con un verso maravilloso, que hace meses que no escribo poesía.