PERIPECIAS DE LA GRAN CAPITANA
Señora de Kazán, que, escapando de Lenin
en los brazos de un húsar, te perdiste en la tundra,
hasta que un caballero te salvó en la subasta.
Virgen negra de Czestochowa, con cicatrices
de una herética espada, que posaste ante Lucas,
y libraste a Polonia del horror de la Peste.
Niña de Guadalupe, flor de Tenochtitlán,
que pisaste a los dioses que devoraban niños
y en la túnica luces el galón de un obús.
Reina de las Marismas, mugida por cien bueyes,
que a los cielos arrojas desde bravos romeros
nuestras avemarías con la fuerza de un géiser.
Mi patrona querida, donación de la Reina,
que, a la vez que en la ermita destrozaban tu réplica,
te embarcabas a América, dentro de un maletín.
Macarena al acecho del cóctel Molotov,
que te hiciste pasar por enferma en la cama
y por muerta en el féretro de Joselito el Gallo.
Panagía de Iver, odio del iconoclasta,
Madre de Velankanni, que salvaste a los náufragos,
Pietá herida por tu hijo Laszlo Toth con martillo,
Estrella la Valiente desafiando a las balas,
Pilarica entrañable, que desactivas bombas
y al cojo de Calanda le pusiste una pierna.
Esperanza quemada por Calvino mil veces,
arrancada con saña de los nobles retablos,
mientras sucio bailaba Lucifer en la hoguera.
Oh madrina del cosmos, capitana del barco
que rescata rameras de las garras del chulo
con tu límpido ejército de niños no nacidos,
Notre Dame de los coptos, sobre la Media Luna,
que te muestras en sueños a muchachas con velo
y el sol mueves en Fátima, lloras sangre en Akita,
y al poseso liberas con un beso en la frente;
te desgranan las manos de muy recios soldados
y altos crecen tus lirios en las fosas comunes.
Odiseo y Gagarin con Elcano y Simbad,
Ben Battuta y Cortés, Marco Polo y Neil Armstrong
sobre los altos montes te rezan el Akáthistos,
oh Madonna, oh Tonantzin, oh Galactotrophousa,
lo que queda de pie después del huracán,
la que ampara al gorrión que cayó de su nido,
y juglares y mártires versifican tus glorias
en un libro miniado de galaxias y arcángeles,
donde siempre desarmas al ángel vengador,
donde eres lo último que pronuncio al morirme.
(de GORRIONES DE ACERA de Jesús Cotta)