Llevo tiempo queriendo escribir sobre B.. Era una buena compañera de trabajo, afable en el trato, muy discreta, aunque de familia de renombre.
Tengo sobre mi conciencia que, por algunos intereses, le oculté cierta información con la que ella podría haber elegido mejor. Fue el mío un pecado de omisión. Espero que me haya perdonado.
Hace unos años, del modo más horrible, murió en su casa sin que pudieran socorrerla. Pienso en esa soledad angustiosa de sus últimos minutos y se me hace un nudo en la garganta.
B., gracias por la simpatía y porque una noche nos invitaste a tus tres compañeros de departamento a cenar en la terraza que daba al Guadalquivir, en ese club exclusivo del que eras socia. Desde aquí te mando toda la frescura de los ríos.
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