sábado, 28 de febrero de 2015

Todos somos coptos

Me gustaría que los cristianos caldeos, palestinos, coptos, sirios y todos los cristianos árabes pudieran seguir viviendo en aquella tierra que fue cristiana antes que musulmana, pero, dado que los están matando y expulsando de sus tierras, Europa debería concederles asilo político. No deben ser solo las Iglesias y los fieles con sus generosas limosnas ni las oenegés las únicas que cuidan de ellos, sino las naciones europeas.

El odio al cristianismo crece a pasos agigantados. En Europa se limita por ahora a ser un adorno de tertulianos y de las Femen y una suciedad ideológica de algunos partidos, pero allí en aquellas tierras derrama sangre. Esa sangre es nuestra.

No puedo mirar sin un estremecimiento esta imagen de hombres bellos y valientes que murieron con el nombre de Cristo en los labios. Hay en los mártires una belleza  ante la que todo lo demás empalidece.

Yo me paso la vida dudando del más allá y he aquí que estos hombres afrontan la muerte con un par gracias a su fe en el más allá.

José María Jurado les rinde a los veintiún mártires este sentido homenaje. Que al menos la poesía los salve de la muerte.


jueves, 26 de febrero de 2015

José Antonio y Federico

Aunque la Guerra Civil se sigue librando en muchos libros, tertulias, periódicos y parlamentos, ya estamos en disposición de acercarnos a las personas que la protagonizaron y sufrieron y de alejarnos de las ideologías que las enfrentaron.

Sentir más o menos simpatía política por la causa de uno de los dos bandos o por algunos aspectos de esa causa es lógico, natural e inevitable, pero lo que no es lógico ni inevitable es juzgar a las personas concretas por el color del bando que prefirieron o en que les tocó estar. 

Una persona no es mejor o peor por ser de un bando, sino por lo que hace o deja de hacer. Una persona es algo más que su opinión política. Matar al inocente no es mejor si se hace en nombre de la causa roja que si se hace en nombre de la causa azul. Ni al revés. Lo objetivamente malo es matar, sea cual sea el color del verdugo y de la víctima.

Los que entienden esa verdad tan simple son los que mejor entienden un libro como Rosas de plomo. Y creo que José Antonio y Federico pueden ser nuestro Virgilio en el infierno del guerracivilismo y del maniqueísmo político.

Y aquí dejo una entrevista que me hicieron en el SUR de Málaga, mi tierra.

domingo, 22 de febrero de 2015

Aristóteles rocoso

Anoche, cuando dormía, soñé, bendita ilusión, que el pensamiento de Aristóteles era una estribación rocosa sin árboles ni ríos que yo debía interpretar y conocer. Para mi estupor, yo, que creía entender al Aristóteles de los libros, no me entendía bien con aquel Aristóteles rocoso. Me resbalaba por sus pendientes y siempre estaba a punto de caerme al mar. Aquella caótica e incomprensible materialización del pensamiento me parecía cualquier cosa menos aristotélica.

Me he pasado casi toda la noche intentando no resbalarme barranco abajo hasta el vacío y aún no me he hecho un mapa mental de ese Aristóteles nocturno, onírico, rocoso que me ha sido revelado en sueños y cuyo sentido desconozco.

¿Será que, cuanto más luminoso y razonable nos parece el pensamiento de un filósofo, más oscuros son sus sótanos? ¿O será más bien que Aristóteles quiere decirme algo? ¿Querrá decirme que el pensamiento filosófico, si no tiene poesía, amor, religión, humor, arte, es duro y pétreo? ¿Son los sueños mensajes o son solo chispazos de neuronas que aprovechan que estoy dormido para decirse tonterías?

viernes, 20 de febrero de 2015

A Víctor, el taxista

Ayer en Madrid el fotógrafo de un periódico me enseñó las fotos que me había hecho para la entrevista y me di cuenta de que el que había sido fotografiado justo antes que yo por él era ni más ni menos que Rajoy hablando en el Parlamento.

"Menos mal", pensé, "que yo solo tengo que hablar de un libro ante un periodista y no de España los representantes de todos los españoles". Lo mío era más fácil.

Luego, el taxista que me recogió de la radio, cuando me oyó hablar con mi acompañante del libro, me dijo:

-¿Usted es el que estaba hablando de Federico García Lorca y José Antonio?

-Sí.

-Yo estaba oyéndole, pero tuve que cambiar de cadena porque subió un cliente y entonces prefiero poner música.

Y comenzó a hablar del asunto con una autoridad y un conocimiento que me sorprendieron y me pidió que le escribiera una dedicatoria en su libreta porque quería comprarse Rosas de plomo. Mis prejuicios no se esperaban tanta cultura en un taxista. La vida es corta y única y los prejuicios son largos y muchos. Nunca es tarde para erradicarlos.

Si los españoles tuviéramos la décima parte de la cultura de ese taxista, habría más política y menos populismo y más políticos y menos politicastros.

Aquí una entrevista que me hizo Dieter Brandau.

lunes, 16 de febrero de 2015

Este cuerpo

Ayer una mujer muy guapa no podía sacar la bici municipal del cimbámbalo (o como demonios se llame el cacharro de hierro en que se incrusta la pestaña de la bici) y le pregunté si necesitaba ayuda y ella me suplicó que sí. Tuve que tirar fuerte y la saqué sin dificultad y quedé como un caballero.

No sé explicar por qué me gustó tanto quedar tan bien ante la mujer. Fue sobre todo una satisfacción moral el comprobar que la poca fuerza que tengo tiene un sentido, que es ponerla al servicio de la belleza, del desamparo, del amor.

Y mientras tomaba yo mi bici y aceleraba con mi melena al viento, me vi a mí mismo joven y fuerte y, de pronto, me vi cadáver y comido por los gusanos.

Anaximandro tenía razón: la vida es un atrevimiento imperdonable y, más pronto que tarde, el universo inerte e inconsciente que nos rodea viene a cobrarse su tributo.

Pienso mucho en ese momento, cuando todo lo que soy y conozco desaparezca de aquí y deje a mis deudos mi cuerpo, que ya no seré yo, sino mi antiguo habitáculo, una cosa inerte de la que mis seres queridos tendrán que deshacerse pronto.

Ver el cuerpo muerto de un ser querido es una experiencia definitiva, porque vemos de él lo que siempre hemos visto, pero lo que vemos ya no es él y, entonces, ¿él qué era: el mero funcionamiento del cuerpo o algo más?