La felicidad de la niñez es intensa, plena, inconsciente, misteriosa, como un poema de amor feliz, una hoguera que, si ardió bien, nos acompaña viva en el corazón hasta la muerte, donde aflora.
Muchas veces me pregunto qué fue lo que acabó con ella y, entonces, surge en mi recuerdo como respuesta la irrupción de lo sexual en mi niñez. Eros es la manzana prohibida que a la entrada de un bosque oscuro tuvimos que morder para que abandonáramos el jardín de aquella dichosa “fábula de fuentes”.
Los amigos de mi pandilla, más adelantaíllos que yo, comenzaron,a interesarse por las niñas no para jugar al mate o al pilla pilla, sino para jugar a los médicos. Me di cuenta el día en que vinieron las Pepis al pasaje donde nosotros jugábamos. Mi recuerdo las hace trillizas, porque eran igual de altas, de nuestra edad, tirando a rubias y poco agraciadas y, según me dijeron, muy “putas”, cosa que, por lo visto, significaba que, a diferencia de nuestras amigas, se dejaban tocar por todos los niños. Las recuerdo allí, en medio de nosotros, sonriéndonos mientras las mirábamos con curiosidad. Se sentían deseadas, valoradas, pero eran solo fáciles. Y los cuatro o cinco más audaces o con más ganas se metieron con ellas en un local abandonado y oscuro del pasaje.
Desde entonces Eros se adueñó de casi todos los amigos del pasaje, menos de mí y de dos o tres más, que aún éramos impúberes. Del blanco pasaron al rojo. Ya no les interesaba bajar a jugar a lo de siempre, sino que ahora les gustaba jugar a las prendecitas, para tontear con las niñas, a un juego que se llamaba “atrevimiento, beso, verdad” y, sobre todo, a pedirnos el tocadiscos portátil de mi casa para bailar música lenta con las niñas en el pasaje. Ya no eran niños libres y despreocupados, sino adolescentes que se enamoraban, sentían la soledad del cuerpo y la necesidad de la unión, reían por enamoriscamientos y lloraban por desenamoramientos. La edad del juego feliz había terminado.
Eros fue una gran ganancia que me hace tocar las estrellas. Pero también fue una gran pérdida, porque antes de él no las tocaba: las tenía todas en el bolsillo.
16 comentarios:
Don Epifanio:
La pérdida de la "inocencia" produce el mismo caos existencial aunque sean distintos los hechos que la produzcan: el sexo, el descubrimiento del secreto de los Reyes Magos, la muerte de un ser querido, la evidencia de que el padre no es el ser más fuerte del universo,...
Reciba usted 25 neutonios inocentes.
Es cierto, Jesús, el Universo cabe en el bolsillo de un niño.
Yo, a las estrellas en uno de mis poemas, las llamo "enanitas del cielo".
¿Qué pasa? que vengo de otros blogs y se habla de la infancia. ¿Es contagioso? o se trata del libro de Elías.
Todavía tenemos parte de niños, lo que pasa que Eros con esto del amor y el sexo, no nos deja en paz.
Un saludo.
Dyhego, esas pérdidas las sufrí yo, menos la última: siempre pensé que mi padre era el más fuerte. 25 neutonios.
Alejandro, procuraremos, pues, que nunca las pierdan, en lo que esté en nuestras manos. Un abrazo.
LNJ, es una metáfora eso de las enanitas del cielo. Felicidades.
Me encanta la entrada, es muy tierna y demuestra que tú aún sí tienes parte de ese niño que tenía las estrellas en el bolsillo.
Yo creo que, simplemente, las has cambiado de sitio, ahora llevas esas estrellas en tu bolígrafo y en tus poemas y además, las compartes con otros.
Un saludo
Anónima, gracias por tus palabras. Algo de las estrellas queda en el adulto si su infancia ha sido feliz y la mía lo fue. Ex corde, Jesús.
Ay, Jesús, qué tiempos. Pero ya lo dijo Quevedo: tras el trompo y la matraca llega la amiga y la sonsaca.
El otro día, Yago, gruñó como un orangután ante un anuncio de ropa interior de mujer.
Duele que crezcan.
Un beso
Buenísimo. Sobre todo el final, qué final más exacto, más poético. Gracias.
Mirna, me ha llegado al alma lo que me cuentas de él. ¡Esto no puede ser! Tenemos que ir a la farmacia a darles a todos pastillas para que sigan como están. En fin, los seguiremos queriendo, como nos quisieron a nosotros. Un beso.
Tocayo, yo creo que te gusta porque a ti te pasó lo mismo que a mí y te sigue pasando. Un abrazo, amigo.
¿Y no se referiría también a esto San Pablo con eso de "Quién me librará de este cuerpo de muerte? Y en cambio, Jesús-Cristo- las referencias que hace a los niños son siempre positivas.
Yo no puedo dejar de imaginarme a Adán y Eva un poco niños antes de darle el mordisco a la manzanita que al pobre se le atragantó y lo hizo un hombre.
(Aunque he comido estoy un tanto metafísico)
Y si la perdida estuviera en el hambre que queda después de probar la manzana...
Me ha gustado mucho, Cotta. ¿Estás seguro de en la muerte aflora?
Reyvindiko, supongo que Adán y Eva tenían la inocencia de los niños, y la perdieron con la manzana como nosotros con la adolescencia. En cuanto a lo de san Pablo, por ahora no tengo ganas de librarme de este cuerpo de muerte. Un abrazo, hermano. Hasta muy pronto.
Lolo, tienes toda la razón. Esa hambre del otro es la pérdida. Y he visto ancianos que en el lecho de muerte volvían a la niñez, veían a su madre y a sus hermanos cuando eran niños. Un beso.
Tienes razón, por mi yo vuelvo a esa dulce infancia...
Sefa, eso es porque también tenías las estrellas en las manos durante tu infancia. Un abrazo.
Jesús, el recuerdo de la infancia lo hace todo más grande.¿Qué hermosa etapa de la vida!Un saludo.
Alea, entonces ese debe ser el secreto de la felicidad: verlo todo más grande.
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