A última hora de clase del miércoles pasado el cielo estaba loco: diluviaba, venteaba, se oscurecía, descampaba, volvía a llover. Total, que estaban mis alumnas revolucionadas, más pendientes de los vaivenes atmosféricos que de la Apología de Sócrates que estábamos leyendo: que si no se habían traído paraguas, que si sus padres las iban a recoger o no, etc.
Yo les dije que el responsable de todos esos vientos y oscuridades era Zeus y les propuse lo siguiente:
-Voy a hacerle una súplica: que cuando salgáis del instituto no llueva. Si al salir hace sol, Zeus existe; si sigue lloviendo, entonces no existe. O a lo mejor es que Zeus ha preferido atender la súplica de unos labriegos para sus campos resecos.
Y me arrodillé y le supliqué en griego que detuviera la lluvia en honor a mis alumnas que están estudiando la lengua en que los griegos les rendían culto. Y como no podía sacrificarle un toro, di unas palmadas y sacrifiqué las amebas y microbios que pillé en la palmada.
El caso es que, cuando salimos de clase, salió un sol espléndido con nosotros, pero, eso sí, seguían cayendo unas gotitas dispersas.
Así hablan los dioses: nos hacen caso, pero no quieren librarnos de la duda, porque entonces perderíamos nuestra libertad de creer en ellos o no. Por eso Zeus mostró el sol, pero no eliminó del todo la lluvia.
3 comentarios:
Don Epifanio:
los dioses son muy astutos. Juegan con nosotros. Nos dan una de cal y otra de arena. ¡Quién los entiende!
25 neutonios.
Por más que lo intento no los entiendo yo tampoco, amigo Dyhego. 25 neutonios divinos.
Precioso.
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