Tenía yo cuatro años cuando mi padre invitó a la Virgen a comer a casa. Se dispuso aquel día la mejor mesa, con la mejor cubertería y la más fina mantelería, y mi padre nos exhortó a hablar como los ingleses, que era su manera de decir que no discutiéramos a gritos, como solíamos los seis churumbeles que éramos por entonces.
Sobre la silla reservada a la Virgen, puso mi madre un cojín de terciopelo verde oscuro que mi hermana había bordado para ella.
Tomamos de primer plato gazpacho con uvas, que yo recuerdo grandes como las de la Tierra Prometida.
La comida transcurrió en una sorprendente y anglosajona armonía. Yo no hacía más que preguntarle a mi madre en voz muy bajita cuándo iba a venir la Virgen, porque su plato de gazpacho con uvas seguía intacto.
Guardo de aquel día que nos regaló mi padre un recuerdo perfumado. Una paz muy honda me inunda cuando lo evoco presidiendo la mesa y revolviéndonos los rizos negros que los Cotta teníamos por entonces, mientras mi madre, solícita e incondicional, cuidaba que a nadie le faltara de nada.
Sí, yo creo que, aunque no la vi, la Virgen estuvo allí con nosotros.
Gracias, papá.
14 comentarios:
Una entrada bellísima Jesús, muy emotiva.
Gracias.
Precioso, Jesús. Creo que cuando mis hijos crezcan un poco, con el permiso de los Cotta, copiaré la idea de tu padre e invitaremos a la Virgen a comer con nosotros.
Sé que siempre nos acompaña, pero le reservaremos el mejor sitio y le pondremos su plato para que los pequeños guarden ese hermoso recuerdo.
Don Dyhego, seguramente mi padre debía referirse a los ingleses educados, no a esos que usted tan bien describe. Mis neutonios.
Javier, recibe mi abrazo.
Alejandro, nada me gustaría más que saber que la Virgen ha bajado a vuestra casa para comer con tus hijos. Un abrazo.
Don EPIFANIO:
Lamento mi comentario. No ha lugar. Ayer tuve un día muy chungo y hoy lo tengo peor.
Lo borraré con su permiso.
Perdón.
25 neutonios.
Tal y como lo has escrito me he sentido sentada a esa mesa y turbada por su presencia, mirando ese cojín de reojo y hablando muy bajito.
Este recuerdo es una mariposa blanca, Jesús. Gracias por echarla a volar. Ha sido un gran regalo.
Un beso.
Me quedo saboreando.
Gracias, Cotta.
Y también oh.
Es muy honda esta entrada. Y solemne, señor Cotta.
Vale.
Dyhego, por Dios, no tenía usted que habre borrado su comentario. Es usted demasiado duro consigo mismo. Reciba usted hoy mis neutonios y un racimo de uvas gordas y felices para que usted sea muy feliz.
Blimunda, qué bonita imagen la de la mariposa. Eso es lo que yo quería exactamente: echarla a volar. Gracias.
Lolo, a su merced.
Retablo, sin embargo, viví aquella escena con la mayor sencillez y naturalidad. Vale.
Me ha emocionado... precioso.
Mujer prevenida, eso es porque tú también estuviste sentada a la mesa.
Que afortunados Los Cotta.
Preciosa entrada.
Varenka, sí, fuimos afortunados y yo he querido compartir esa fortuna con vosotros. Un saludo.
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