El poeta no escribe para publicar, sino porque, si no escribe, se muere de pena. Pero, igual que un pájaro canta para que lo oiga el mundo, el poeta publica para no guardarse para sí solo la belleza. Al final, sin embargo, lo que cuenta, lo que lo colma no es tanto el éxito de lo publicado como la verdad y la belleza de lo que ha escrito para siempre.
Este soneto lo describe con naturalidad y maestría.
El escritor
Cincuenta eneros y cincuenta mayos
suman cien añoranzas si te pones
día y noche a contar –pares y nones-
palmas, desaires, vuelos y desmayos.
Cansado estás de prólogos y ensayos,
de atriles, foros y presentaciones.
Te sientes como un niño en pantalones
cortos solo a los pies de los caballos.
Al cabo de los años, nada quieres
que te llene la vida de ansiedades
y de penumbras los amaneceres.
Al cabo de los sueños, nada esperas
que no sea aliviar tus soledades
con algunas palabras verdaderas.
(La mesa italiana, de Víctor Jiménez)
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