Buen ejemplo de ello es “Luna llena en Piazza Navona”, donde la luna llena “alumbrando los ojos de los muertos/ viene a pasar revista a sus legiones”; o “Folías de España”, donde la vida y la muerte danzan con el tiempo inexorable.
Mis poemas favoritos son “Bulbos”, que es la transfiguración de las flores en el Tabor de la poesía; “Miércoles de Ceniza”, cuya fabulosa descripción tiene lo mejor del Apocalipsis y del microrrelato con sorpresa final; “Spaghetti Western”, por la virilidad que rezuma; “Let it be”, por la magnífica manera de contar una historia magnífica; “Ya Rabbi Yasou”, un sentido y hermoso homenaje a los ventiún cristianos coptos asesinados por los islamistas en las playas de Libia o, quizá, más que un homenaje es un himno, tal como los del Peristephanon de nuestro Prudencio; y el poema final, el número 33, que termina abriendo los cielos.
Aquí os dejo con "Heideggeriana", un hermoso poema que es a la vez filosofía viva y plegaria profunda.
Viento del ser, condúceme hasta el claro
del bosque por senderos de palabras y hojas
tamizadas de luz y de conciencia pura.
Viento del ser, concédeme el lenguaje
ligero de los pájaros, la rama
donde mirar al sol para aguardar la noche
y hundirme en el crepúsculo de Dios.
Derriba la caña del pensar,
viento del ser, que todo sea acción,
acción y voluntad fundadora del mundo.
Tú que agitas las copas de los árboles
sacude nuestra angustia al filo de la muerte
y extiende nuestro tiempo más allá del abismo.
Así sea.
Gracias, José María, por aumentar con tu libro el número de cosas hermosas en el universo y porque labras una poesía de luz, no de la oscuridad.
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