Las tres palabras que mejor definen el encanto del cuaderno de bitácora de Enrique García-Máiquez son gracia, agudeza y simpatía.
Gracia en la forma, en la sencillez que derrama en sus textos, sin afectación ni falsos pudores ni rimbombancias. Agudeza por los giros de ideas, la sutileza y los matices que descubre. Y simpatía porque no hay sitio para rencores, sornas y violencias.
Cansado uno de cuadernos atestados de autobombo, lugares comunes y francotiradores, el de Enrique García-Máiquez es remanso de calidad y gentileza. Por eso es un placer su Un largo etcétera, de cuya calidad dan prueba los siguientes haikus, seguidillas o soleás: el primer poema da sentido al dolor; el segundo le da una vuelta de tuerca esperanzadora a un tópico pesimista; el tercero descubre la felicidad del yo en otro sitio; el cuarto me gusta por la belleza con que presenta el propio arrepentimiento; el quinto, por la sabia reflexión poética que se esconde tras un chiste; y la sexta, porque ¿qué mejor manera de cantar a la infancia que ser un poeta adulto haciendo un ruego a un personaje del mundo infantil?
Vienen bien unas penitas
de cuando en cuando. Que no
nos empalague la vida.
Sí... Ya... La vida es un soplo.
Pero un soplo que no apaga
esta llamita en nosotros.
Según parece,
yo, visto desde fuera, soy feliz.
Se tratará, por tanto,
de salir yo de mí.
Misa de mártires.
Y dudé si salir
porque llovía...
Estoy tan lírico
que con la media luna
tengo de sobra.
Tú, ratón Pérez,
llévate así su infancia,
poquito a poco.
Y un largo etcétera.
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