Mi calva ya tiene un sentido. De todos los besos que he recibido en mi vida, que han sido muchos, ninguno tan salvador, auténtico e inmortal como los tres besos que, espontáneamente, me dio un niño rubito de tres años en la calva cuando me agaché a ponerle bien los zapatos, porque se los había puesto al revés.
Luego se fue otra vez a correr por el césped, sin saber que me acababa de salvar la vida y hacerme un regalo que jamás olvidaré. Ahora mismo están los tres besos bailando en mi cabeza, conectándome uno con el cielo, otro con la tierra y otro con él.
Ya para siempre.
Ni siquiera el beso que me dieron en aquella despedida de soltera (aquí) tiene tanta categoría.
Bendito seas, Ernestillo, por ellos toda tu vida.
1 comentario:
Don Epifanio:
¡jajaja! tenía su cabeza a tiro y le quiso así dar las gracias.
25 neutonios capilares.
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