Pues resulta que, mientras limpiaba la casa, he recordado de pronto el sueño de anoche: desperté en medio de la noche, solo en tierra extraña, y el cielo era el más límpido que he visto jamás, y podía distinguir a simple vista Júpiter y cuatro de sus satélites y Saturno y sus anillos y la constelación de las Hespérides y la Corona de Ariadna, ¡y cuántas estrellas había en Andrómeda!
Creo que han influido un poco estas dos magníficas fotografías que me había mandado antes mi ahijado Adolfo Martínez Olmedo, a quien auguro un buen futuro como fotógrafo. A ellas debo que en ese sueño me sintiera obsequiado con un cosmos maravilloso desde esta acristalada atmósfera de la Tierra, en una travesía sideral arrolladora y única.
Si supiera con seguridad que, después de la muerte me va a ser dado contemplar con los ojos de los ángeles las extensiones, los secretos y la evolución del cosmos, no me impresionaría tanto la idea de morirme. Morirme ya no sería desvanecerme en el abismo de la nada, sino el lanzamiento a la Maravilla. Me sentiría como cuando me monto en la atracción de la caída libre: me arrepiento de estar allí sentado, pero luego ¡qué sensación maravillosa, casi igual a la que me producían mis hermanos mayores cuando me lanzaban al cielo desde sus brazos fuertes y juveniles!
4 comentarios:
Don Epifanio:
magníficas fotos, sin duda.
Contemplar el cosmos es mirar directamente la belleza.
Queda sensibleramente pasteloso, pero es cierto.
25 neutonios cósmicos.
No es pasteloso: no queda más remedio que decir bellamente lo bello.
25 neutonios siderales
Muchas Gracias Jesús por incluir mis fotos, es todo un honor, y gracias Dyhego, me alegro de que te hayan gustado
A ti, querido Adolfo, por traernos un poco de cielo.
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