En mi casa nos tenían dicho que era mejor ducharse que bañarse, porque se ahorraba tiempo y agua, y que, si uno se bañaba, no había que llenar la bañera hasta el borde.
Total, que yo siempre pensé que, cuando me independizara, llenaría la bañera hasta el borde y me tumbaría allí para relajarme, como veía en las películas. Era un deseo recurrente en mí.
La oportunidad se me presentó una vez que me contrataron como miembro de un tribunal de oposiciones y me pagaron un hotel. Allí llené la bañera y allí me metí con toda mi ilusión. Pero he aquí que tuve que salirme en seguida. Me sentí debilitado, acalorado, agobiado, necesitaba agua fresca y aire.
Me pareció que por un gusto de mi cuerpo no estaba bien ensuciar tantísima agua.
Hay placeres que, cuando uno los prueba, arrebatan, sobre todo si uno no sabe qué esperar de ellos (eso me pasó con el placer sexual la primera vez que tuve ese precioso conocimiento), pero casi todos los demás son normalitos. Y los que no lo son, gustan más si uno no los espera.
Y doy gracias a Antonio Barnés por lo que aquí dice de mi libro de poesía.
2 comentarios:
Don Epifanio:
yo también soy muy cuidadoso con el agua. Mucho. Así que, lo comprendo a vd perfectamente.
Pero los placeres hay que aprovecharlos cuando se presentan.
Si las expectativas son altas, el grado de satisfacción será menor.
25 neutonios placenteros.
Don Dyhego, todos se lo agradecemos, por el agua que nos toca.
25 neutonios acuáticos.
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