Yo pasé de niño una depresión infantil que me obligaba a confesar con pelos y señales a mis padres el más recóndito e inconfesable de mis pensamientos. Si no, no me quedaba tranquilo. ¡Lo que mis padres sufrieron conmigo y la paciencia y el cariño con que me trataron!
Esa manía de contar todos mis pensamientos la he achacado siempre a mi natural escrupuloso hasta que un psiquiatra me ha explicado que eso es habitual en las depresiones infantiles. Yo tenía una sed de pureza más grande que yo mismo y necesitaba matar mis demonios echándolos fuera. Esos demonios los alimentaba el ambiente enrarecido de mi clase, que prefiero no contar aquí, mientras el maestro, un viudo depresivo, no se coscaba.
Si se pudiese concentrar en una pastilla las ganas de vivir y de ser feliz que tiene un niño a pesar de sus demonios y el acoso de su clase, podríamos curar todas las depresiones, aunque sean de caballo.
Ahora lo llaman resiliencia.
Y lo que son las cosas: hoy me he dado cuenta de que esa sinceridad en que sin querer me ejercité de niño me ha venido de perlas en muchas circunstancias de mi vida. ¡La de cosas que uno aprende de sí mismo con el tiempo! ¡Y lo que nos queda!
6 comentarios:
Don Epifanio:
hay que ser muy valiente, desde luego.
25 neutonios.
Don Dyhego, no se me había ocurrido que la sinceridad es también valentía. Pero tiene usted toda la razón. 25 neutonios sinceros.
Vaya, yo era muy parecida cuando era peque: no me cabía nada dentro y siempre tenía que acabar confesándolo todo. De lo que no estoy segura es de haberme curado de aquella depresión infantil que me impelía a una sinceridad extrema, porque sigo teniendo pocas tragaderas para los secretos, al menos con la gente en la que más confío.
Nyx, es usted la primera persona que conozco a la que también le pasó eso. Me siento menos solo y menos raro. Me alegro de que siga siendo usted transparente.
Para Jesus Cotta Lobato. Si le falta algún documento contacte con abadis@ono.com, estoy en Sevilla, saludos
Sed de pureza... que igual la poesía alivia y hasta cura.
Un abrazo, Cotta.
Publicar un comentario