sábado, 19 de enero de 2019

La manta voladora

Mis hermanos han sido seis soles en mi infancia que aún me deslumbran con su luz. Tener hermanos es una suerte y tenerlos muchos y buenos un don del cielo. Recuerdo a uno de los mayores poner en el suelo una manta, que por cierto era negra con rayas de color naranja,  sentarnos en ella cuatro o cinco niños (entre hermanos y amigos nuestros) y mi hermano más fuerte tiraba de ella a toda mecha. Era como volar sobre una centella para encerar el suelo. Como además la disposición de las habitaciones permitía dar una vuelta por la casa, el paseo era infinito. Los amigos venían a mi casa porque en ella había vida y alegría y estaba todo presidido por mi madre y sus ángeles. Nos recuerdo a los niños agarrados los unos a los otros para no salirnos de la escueta y maravillosa superficie deslizante, vibrando de puro gozo y jaleando a carcajada limpia al dorado arrastrador que nos proporcionaba ese increíble regalo de sus músculos juveniles y que gracias a nosotros se iba poniendo cada vez más fuerte y más guapo. Había una esquina peligrosa, donde se alzaba un jarrón de barro pintado en azul y gris, que tenía de las asas colgando unos aros enormes. Los que íbamos a la cola de la manta solíamos darle con tan mala fortuna, que el jarrón entero se caía y se partía y, entonces, el primogénito, lo recomponía con pegamento. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que era el jarrón más recompuesto del mundo. No había parte por donde no se hubiera partido. Era la viva imagen de las gracias que a mí se me concedieron y por las que nunca daré suficientes gracias, porque me armaron contra las tristezas que también tiene la vida.

Anda, si hay niños en casa, móntalos en la manta mágica y rompe un jarrón.

(Y hablando de hermanos, ¿queréis ver aquí un anticipo de los maravillosos poemas que le han premiado a Daniel Cotta, el Benjamín de mi familia?

6 comentarios:

reyvindiko dijo...

Tal cual. Me río yo de la montaña rusa. ¡Ay, ese terrazo rojo y la bendita paciencia de mamá!

lolo dijo...

Una almohada que navegaba por el larguísimo pasillo era el barco que ninguna tormenta hundía.
Gracias por recordarmelo.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Reyvindiko, ¡también tú te acuerdas! Esa manta nos llevará al cielo.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Lolo, y ahora que lo recuerdo, creo que también yo probé la modalidad de la almohada, pero creo que era un tren. Gracias por recordármelo.

Dyhego dijo...

A mis hijos les gustaba que los balanceáramos en la sábana mientras las estábamos doblando.
25 neutonios.

Jesús Cotta Lobato dijo...

¡Eso lo hace a usted digno de trabajar en el Circo del Sol! 25 neutonios columpiantes