miércoles, 21 de septiembre de 2022

La Virgen de Valme y sus siete siglos de delicadeza

A la Virgen de Valme le pasa como a mí: no es fotogénica. El sábado pasado fui a verla ,y en directo gana muchísimo más que en las fotos. Me pareció verle aún en la mejilla el beso del rey santo, allá en el siglo XIII. Durante la sabatina de los Hermanos, había allí una madre de unos sesenta años con su hija de treinta, alta y agraciada, pero aquejada de algún tipo de deficiencia que le iluminaba el rostro con esa expresión de asombro feliz e inocente que durante el instante de la revelación se les pone a poetas y profetas. La madre la trataba con un cariño conmovedor. ¡Cómo cantaban las dos el Salve Regina! Erasmo de Rotterdam rechazaría su pronunciación del latín, pero se notaba que a la Virgen le encantaba. Se notaba que aquel era el lugar del mundo donde aquella madre se sentía más feliz con su hija, menos juzgada, más reconocida como custodia de una excelsa joya cuyo canto agradaba a la Señora más que ningún otro y a quien las fuerzas más oscuras de este mundo no habrían permitido nacer.

 

4 comentarios:

fernando dijo...

Precioso texto, Jesús.
Un abrazo.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Lo que tenga de precioso se lo debo a ellas, Fernando. Un abrazo grande.

Dyhego dijo...

Don Epifanio:
siempre es bueno encontrar un refugio para hallar la paz, el consuelo, la fuerza y la energía que tanto se necesitan para vivir.
25 neutonios luminosos.

Jesús Cotta Lobato dijo...

¡Y que se lo digan a ella, don Diego! 25 serenos neutonios