jueves, 10 de julio de 2008

Ignacio Sánchez Mejías


Me recuerdo de adolescente leyendo una y otra vez el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías (por cierto, ¿es cierto que este torero fue presidente del Betis?). Era en mi libro de literatura de segundo de BUP. El poema venía acompañado de una foto de Lorca mirando al infinito. Lo leí tantas veces, que aún me lo sé de memoria y cada vez que lo recito me estremece.
La poesía es para mí desde entonces como caerme del caballo y conocer de pronto la Gran Voz, entrar en contacto con lo maravilloso, rescatar lo desconocido, conocerme un poco más pero sin encontrar palabras, porque la verdadera realidad es inefable. El poeta que la alcanza es el bueno.
En esta imagen, Ignacio Sánchez Mejías ante el cadáver de Joselito. Una muerte bonita y un bello doliente.
Luego pasé a una etapa más romántica y me dio por Bécquer. A mí me iba lo grandioso:
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto en vuestras sábanas de espuma,
¡llevadme con vosotras!
Y luego me vino la tontería de querer ser original.
Sólo con taypico años volví a seguir el sendero de los grandes, por si me encontraba algún trozo de estrella que a ellos se les hubiera escapado.

2 comentarios:

Sansón Carrasco dijo...

Los escritores prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. O séase: preferimos ser fundadores de un movimiento estético nuevo y efímero que epígonos de una corriente por la que ya nadaron otros.

Jesús Cotta Lobato dijo...

No sé, no sé. Tristan Tzara (creo que se llamaba así) fue cabeza de ratón del dadaísmo, movimiento que pasó sin pena ni gloria. Yo, de ser él, habría preferido ser uno de los muchos poetas del Renacimiento. Un abrazo, Sansón. Por cierto, a ver cuando escribes algo sobre las playas de Barcelona.