Debo decir que casi nunca ganan los míos.
Pero hay algunas controversias en las que yo siempre defiendo la misma postura, por muy buenos que sean los argumentos que mis contendientes esgriman. En esos casos me digo: Jesús, de esto no te puedes dejar convencer, tienes que defender tu tesis hasta el fin, porque aunque lo que dicen es razonable y está mejor hilado que lo tuyo, sus consecuencias prácticas son indeseables.
Y ando últimamente cavilando sobre este asunto: ¿debería uno rendirse ante los argumentos si son buenos, aunque la vida de uno se oscurezca allí donde creía ingenuamente que había luz? ¿Debe uno, por honradez intelectual, dejarse convencer por buenos argumentos aunque uno sea así más desgraciado? ¿No debería ser el corazón y no sólo la razón guía de nuestras convicciones?
Por ejemplo, si alguien, con argumentos ante los que no me quede más remedio que rendirme, me convenciera de que la democracia es un error o el amor al prójimo una mojigateria cristianoide, ¿debería yo abandonar esas dos convicciones que tengo tan arraigadas: la democracia y el amor al prójimo?
27 comentarios:
Don EPIFANIO:
No entiendo el último párrafo. Quedo a la espera de su aclaración, si lo estima conveniente para contestar.
Gracias.
1 neutonio.
Don Dyhego, el último párrajo lo había escrito yo muy mal y por eso no lo entendía usted. Lo acabo de corregir. Quería yo decir con él que, si por ejemplo, alguien me convenciera de algo que considero pernicioso, ¿debería yo dejarme convencer sólo porque no encuentro argumentos con que rebatirlo?
No, pero se puede admitir que la democracia tiene errores y que, aunque el amor nunca será una mojigatería, sus sucedaneos pueden empalagar hasta tocar las narices en vez de el corazón. A veces, el otro tiene una parte de verdad, incluso en las cosas más incuestionables.
De todas formas, hasta un buen conversador pueden argumentar con eficacia muchas tonterías, y también se puede sentir de manera equivocada.
A mí me parece bueno dejar la puerta abierta a la posibilidad de estar equivocado, de lo contrario la coherencia no es más que cerrazón y ganas de no salir de ese territorio cómodo en el que nunca entramos en crisis.
Un beso.
Sé que es arriesgado y que la fe ciega puede traer terribles consecuencias, pero -creo- mis convicciones más profundas no son racionales sino cuestiones de fe y esperanza.
Don EPIFANIO:
¡Ahora sí lo entiendo a usted cabalmente!
Yo soy de respuestas retardadas. No tengo la agilidad mental necesaria para hilvanar mis razonamientos al compás de los argumentos del "adversario". Mucho después del "debate", hablando conmigo "mismo" en el coche me digo que tendría que haber respondido así o asá...
También me pasa, como a usted, que se me "convence" fácilmente porque tiendo a actuar como abogado del diablo y paso de "comprender" los argumentos del otro, a "compartirlos"... aunque no por mucho tiempo. Cuando ya el sosiego vuelve a mi pensamiento, analizo y acabo realmente convencido o no. De todos modos, yo sosengo que "comprender" los argumentos del otro no es lo mismo que "aceptarlos". Y comentando su aportación de hoy, hay argumentos que, por muy rigurosos que sean, no son admisibles. Hitler no me va a convencer de que él es ario, ergo... mejor que yo, que soy español sin pureza de sangre.
Y un asunto, según la argumentación expuesta, puede parecer "monstruoso" o "humano" (se me ocurren temas como la eutanasia, la esterilización, el suicidio, etc, etc).
Perdone usted si hoy me he excedido.
Reciba usted 1 neutonio de magnitud 10, hasta que se te pongan los dedos morados...
Mi respuesta: No.
Un abrazo
Ummm, del "no, pero con matices" casi estoy pasando al "sí, debemos dejarnos convencer" (si nos convencen, claro;-)
Precisamente porque, si pienso en el amor al prójimo, tal vez la única manera de ejercerlo sea tratándolo con justicia, es decir, concediéndole su parte de razón, que vendría a ser algo parecido a hacerle un sitio en nuestro corazón. A él, al otro, no a nuestras convicciones que, en el fondo, igual no importan tanto...
por honradez intelectual sólo puedo admirarme con esos sofistas de retórica endiablada que pintan el cielo a su antojo... pero es sólo eso...
admiración intelectual...
otra cosa son mis principios...
Creo que no hay que confundir opiniones con convicciones. Ni, en el sentido orteguiano, ideas con creencias. Las convicciones y creencias, que deben ser muy pocas y sólidas, son los fundamentos de lo que uno es.
Las opiniones y las ideas son otra cosa.
Es verdad, creo que eso es lo más exacto, no confundir ideas con creencias (siempre Ortega)... pero a veces están tan mezcladas, influyen tanto unas sobre otras. No sé. A veces intentamos argumentar lo que simplemente sentimos y creemos y al revés. Hasta los filósofos (Santo Tomás, si no recuerdo mal) intentaron explicar la existencia de Dios por medio de la razón, queremos explicar a los demás y a nosotros mismos aquello que es cuestión de fe. Querer explicarse es humano, querer convencer, también. Y dejarse convencer. Es un poco como dejarse contaminar, sí, pero...
(lo dejo ahí, que no quiero monopolizar el diálogo, perdón por el abuso, Jesús:-)
Hay gente muy hábil para argumentar y que no por eso llevan siempre la razón. Piensa, por ejemplo, en el cambio climático: un científico te puede argumentar con todo lujo de detalles que es una patraña, y otro lo contrario. ¿Quién tiene la razón? Yo estoy con el segundo, pero cabe la posibilidad de que me equivoque. Y si entramos en el objeto de las ciencias sociales la cosa se complica: Economía, Política, Sociología... Dicen que la Economía es la única ciencia en la que han dado el Nobel a personas que dicen exactamente lo contrario. Y si llegamos a la religión apaga y vámonos. Contra la fe no vale la razón.
¿A que te he convencido mi impecable argumentación? Ea, ya puedes respirar tranquilo.
Un abrazo.
Estoy convencida de algunas cosas que no sé argumentar. Mis fuentes son la intuición y la propia experiencia, aunque procuro no despreciar lo que ignoro. Soy influenciable por naturaleza, pero después de un debate repaso las ideas a través de mi nariz para luego aceptarlas, o no.
Para que sea permeable, es fundamental el tono y la bondad del que difiere más que sus argumentos.
Y ahora leeré a tus comentaristas. No quería que me convencieran, aunque son todos buenos y de un tono impecable.
Olga, lo difícil es reconocer esa parte de verdad que hay en lo que el otro dice. Supongo que esa parte de verdad es la que más a uno le convence de todo lo que el otro dice. Y, en fin, eso que dices del empalagamiento y los defectos de la democracia me ha gustado.
Reyvindiko, entonces si son de fe y esperanza, tu fe ciega no puede tener malas consecuencias. Doy fe de ello.
Don Dyhego, en eso nos parecemos bastante. Yo también me digo eso de "tenía que haber dicho esto o lo otro". Y eso es lo terrible: que en bocas de sabios distintos, una cosa parece abominable y la misma parece en el otro maravillosa. Y uno se hace la picha un lío.
Ramón, pues me quitas un peso de encima. Total, una cosa es que te hagan descubrir que una cosa fea es fea y otra muy distinta que me hagan descubrir que una cosa hermosa es mala. Un abrazo.
Olga, vaya, te estás dejando convencer. Si por amor al prójimo nos dejamos convencer por el prójimo, sería una bonita manera de convencer a la razón pero no a la razón.
Eresmicruz, quizá lo importante de los principios no es que estén sustentados en argumentos solidísimos, sino que hagan más agradable, bella y buena la vida. Por eso a los que refutan nuestros principios con brillantez les tributaré, como tú, a partir de ahora admiración intelectual, pero no mi corazón.
Gómez de Lesaca, gracias por la aclarar la distinción. La usaré a partir de ahora.
Olga, ya te iba a decir en tu primer comentario que me recordabas a Ortega, con eso de que las perspectivas captan un fragmento de la verdad. El error sería creer que ese fragmento es la única realidad posible. Y me parece como a ti que es difícil distinguir a veces entre opiniones y convicciones. Si no recuerdo mal, algunas de mis convicciones más profundas empezaron como una mera opinión. Y encantado con que participes.
José Miguel, pues sí me has convencido. Yo mismo he dicho a veces discursos contrarios y me convencía a mí mismo mientras los decía. Por cierto, encantador el título de tu libro.
Lolo, eso mismo quiero decir en mi entrada: la amabilidad de mi interlocutor me influye más que sus argumentos. Y sí, vaya nivelón el de estos comentaristas.
Su artículo de hoy ha sido espléndido, sin perjuicio de los anteriores, y lo que todos ustedes han escrito interesantísimo.
Vale.
Gómez de Lesaca, la verdad es que estoy sorprendido con la acogida que ha tenido la entrada de hoy. Creía yo que era demasiado abstracta y subida y vosotros, con vuestra agudeza, le habéis sacado más partido del que tiene o del que yo creía que tenía. Ego valeo si tu vales.
Sólo una cosa más, no lo puedo evitar : "La amabilidad de mi interlocutor me influye más que sus argumentos". Qué peligro tiene eso, Jesús. A veces uno se apasiona y eso le lleva a perder las formas, precisamente porque algo muy verdadero se remueve por dentro; en cambio, un mentiroso o alguien a quien no le importe lo que se trata puede mantenerlas con mucha más facilidad. También depende de maneras de ser. Tener más talento para captar la benevolencia del contrario no nos hace tener más razón, a lo mejor es hasta una cuestión de (falta de) vergüenza. Es arriesgado apostar todo a la amabilidad, aunque en principio la cortesía, como la claridad, se agradecen mucho (también era Ortega el que consideraba la claridad una forma de cortesía).
Me ha gustado mucho la entrada y los comentarios, especialmente el primero de Gómez de Lesaca.
Yo opino que por supuesto que las ideas son más volubles y sirven de entrenamiento pero refieriendome más al meollo "importante" del asunto que mencionas yo creo que las convicciones (y cuidado, las creencias pueden no haber sido producto de nuestra reflexión sino herederas de la educación, etc., las convicciones son creencias pasadas por el filtro de nuestra reflexión profunda, uno ha de aprender a detectar la diferencia entre unas y otras) que nos guian en la vida, como esas dos que mencionas, no se modifican así como así, precisamente porque son los "pilares" de nuestra personalidad y el sistema de valores que hemos elegido(y pienso que esto no se produce hasta como pronto los 30 años, muchos inmaduros se quedan perpetuamente en los 25 o menos "for ever & ever...") con lo que ocurre (al menos a mi) que para que alguna de estas convicciones (por cierto que comparto contigo esas dos que mencionas) se modifique radicalmente ha de contrastarse en muchas más facetas "mentales" que el simple debate intelectual y por supuesto eso lleva tiempo, de forma que se termine por establecer un dialogo con uno mismo -una vez pasado el golpe intelectual y emocional inicial- en el que la reflexión nos convenza a nosotros mismos. Incluso me atrevo con un plazo, una de esas convicciones no se modifica sin una previa deliberación interior de al menos un año, en que todos los factores son contrastados con las emociones asociadas a la nueva duda.
Y creo además que hay una hija de mama experiencia y papa inconsciente llamada intuición a la que debemos hacer caso, pues nos puede guiar bastante bien en todo ese díficil pero apasinante camino de bucear en nuestro "yo" más elegido.
Y no me enrrollo más. Un abrazo.
Sí, Olga, ese es el peligro de la amabilidad y soy sensible a ese peligro. Pero estaré más atento a partir de ahora. Un beso.
Granito, acabas de arrojar una nueva luz sobre el asunto: esa intuición de la que hablas y que este mundo racionalista tanto desprecia, puede ser una guía estupenda para saber qué idea puede destruirte o empeorarte, qué convicción profunda conviene seguir manteniendo y cuál desechar. Gracias. Y un abrazo.
Yo en esto estoy con Nietzsche cuando nos alumbraba con esa claridad mental fulminante: "Algo convincente no es de modo necesario más verdadero por ello, sino simplemente más convincente". Y Jesús yo creo que el corazón, a veces ,no convencerá a muchos pero es un gran motor de vida, y un motor con tanta verdad que nos da miedo mirarlo, sostenerle el pulso y claro, es más facil dejarse convencer. Pero para eso está Nietzsche que era un poeta, y usted sabe que sin poesía algunos no podríamos vivir.
Salud!!!!!!!
Blimunda, Nietzsche da en el clavo y eso es algo que he pensado muchas veces pero no sabía expresarlo con tanta claridad como él. Sí, la poesía, sea o no verdad, es el motor de la vida. En eso somos iguales. Salud.
Descuída, algo en tu fuero interno, llámalo conciencia si quieres, te avisa cuando algo te ha convencido-en-contra-de-tu-voluntad. Es decir, incluso si tu interlocutor se ha mostrado de lo mas convincente y te das por satisfecho, acabas volviendo a tu primera opinión si va contra tu yo mas íntimo.
No sé si estoy mezclando un poco a Ortega, a Bergson o un lío conmigo misma. Creo que la intuición es una sabia consejera.
Me ha gustado mucho esta reflexión tuya, Jesús.
Un abrazo
Mery, al final las aguas vuelven a su cauce. Si uno se desconvence, es que en realidad no se había convencido. Me alegro de que te guste. Pensaré más sobre el asunto.
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