viernes, 26 de abril de 2013

Síndrome de abstinencia

El síndrome de abstinencia es un mono espantosamente feo que he llevado al hombro durante cinco lustros. ¡Lo que chilló cuando lo tiré al suelo hace casi una luna! Cada vez que por no soportar sus chillidos estaba a punto de ceder a sus pretensiones, me paraba un momento, lo observaba y le decía: "Pero ¡qué feo eres, diantre! ¿Cómo te he podido alimentar de mi sangre y de mi aire durante tantos años". Y, contemplando su fealdad y con la ayuda de todos los ángeles, lograba vencer la tentación.

Por fortuna, como ya no se alimenta de mí, cada día que pasa, chilla menos y con menos fuerza, aunque tiene a veces sus ataques de furia.

Yo pensaba que anoche, con mis amigos poetas, el mono iba a ser muy persuasivo, que se iba a disfrazar de sedas, que me iba a clavar una aguja con opio para anular mi voluntad. Pero no pasó nada de eso: disfruté de la amistad y de la poesía por ellas mismas, sin mis humos de siempre; incluso celebré que mis amigos fumasen, porque para ellos la necesidad de fumar no es, como en mi caso, un feo mono al hombro, sino una compañera en la vida o una corona para los placeres. Y ahora me regodeo recordando mi fortaleza.

Este es mi tercer intento y, por vez primera, la sensación de libertad es mayor que la sensación de renuncia. Me siento como Robert De Niro en La misión cuando corta la cuerda que lo ataba a las armas penosamente arrastradas por la selva.

Hoy, por ejemplo, en la clase de bicicleta en el gimnasio,  ¡he rebasado por vez primera los quince quilómetros y con creces en cuarenta y cinco minutos! Antes nunca llegaba al catorce.

Tenían razón Sócrates y dos amigos míos: para dejar de fumar hace falta más el convencimiento de la razón que el látigo de la voluntad. Solo cuando estás convencidísimo de que vale realmente la pena dejarlo, encuentras los bemoles necesarios para hacerlo.

Es cierto que el mono sigue ahí, chillando, feo, aún muy gordo, histriónico. Dicen que nunca me va a abandonar del todo, pero lo prefiero ahí y no en mi hombro.

Chilla, mono, todo lo que quieras, pero un poco lejos de mí, donde no me alcance tu saliva.

9 comentarios:

Fernando Moral dijo...

Con respecto a lo de anoche, Jesús, y aunque sé que ya te basas en la razón más que en la voluntad, te voy a dar mi parecer. Por si hay niños mirando, te la dejo aquí

Dyhego dijo...

Enhorabuena, don Epifanio:
No es una renuncia, no hay que verlo así. Es una descarga de un lastre que te da libertad.
25 neutonios de orangután.

Enrique Barrero dijo...

Ánimo, Jesús, y no hagas como Robert de Niro cuando descendía otra vez para recuperar y volver a arrastrar esas armas. Me sumo al expresivo aplauso de Fernando y a los neutonios de orangután.

Jesús Beades dijo...

Es que tiene que haber algo "positivo" en el cambio: la bicicleta, que dices, o la idea de no depender de "ayyy, que me cierran el estanco", y la angustia si te queda poco tabaco, oler bien, saber bien. En fin, enamorarse un poco del hecho de ser "no fumador". Es difícil, pues no es la posesión de un bien, sino la ausencia de un mal (y la renuncia al gustito, que es un bien), pero por ahí deben ir los tiros. Yo, durante años, me preguntaba cómo podían leer, escribir, aquellos que no fuman. Pero se puede, pues hay muchos escritores que no fuman. Si lees "De que hablo cuando hablo de correr", de Murakami, hay alguna página sobre esto. Él lo dejó del todo, después de un fortísimo hábito, cuando empezó su afición a correr.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Fernando, qué inyección de autoestima me acabas de poner en vena. Muchas gracias, amigo.

Dyhego, sí, así es como lo estoy viendo.

Enrique, eso ya me ha pasado dos veces. De todos modos, el espíritu está pronto, pero la carne es débil. A ver si sigo así.

Tocayo, lo has expresado muy bien. No encontraba yo las palabras para explicar por qué es tan difícil a veces no tener el sentimiento de renuncia cuando uno deja de fumar. En cuanto a escribir sin fumar, he abierto un archivo en mi ordenador: Poesía sin nicotina. El tiempo y Dios dirán. Buscaré a Murakami.

esteban dijo...

A mi me encanta fumar, el ritual que encierra liar un pitillo y lo ceremonial de encenderlo con una cerilla de madera, saber conjugarlo con una buena lectura o una taza de café. . . Si hay que reconocer que hay situaciones, momentos en los que ese cigarrillo es necesario como los típicos (despues de. . . o mientras uno lee etiquetas de champú. . . )
Hoy hace año y medio que bajé de mi hombro al maldito simio. En cambio no he dejado de leer etiquetas, lo otro si lo tengo más descuidado.

esteban dijo...

A mi me encanta fumar, el ritual que encierra liar un pitillo y lo ceremonial de encenderlo con una cerilla de madera, saber conjugarlo con una buena lectura o una taza de café. . . Si hay que reconocer que hay situaciones, momentos en los que ese cigarrillo es necesario como los típicos (despues de. . . o mientras uno lee etiquetas de champú. . . )
Hoy hace año y medio que bajé de mi hombro al maldito simio. En cambio no he dejado de leer etiquetas, lo otro si lo tengo más descuidado.

lolo dijo...

Ay Jesús, cuánto me alegro. Cómo te admiro. Yo caí; caí y sigo cayendo. Y tengo el mono subido en la chepa, que puede más que yo. Te aplaudo pero no puedo mandarte más razón de la que tienes. Te felicito, tu camino tiene pinta de seguir y seguir y seguir... Animo: poesía sin nicotina espera tus poemas libres.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Esteban, tienes razón. Las otras veces que caí, fue precisamente por pensar que, si no abusaba del tabaco, disfrutaba de un placer que era poco nocivo. Pero el problema soy yo, no el tabaco: soy incapaz de ser moderado. Un placer saludarte.

Lolo, en tu comentario me acabas de dar una estupenda idea para un poema. Tus palabras han sido como un sol en esta mañana nublada.