Mi hermano Alfonso y yo éramos forofos de Eurovisión desde que tenemos memoria. Estábamos enamorados de un dúo de holandesas que cantaron allá por el año 1976 y que ni siquiera ganó. Nosotros sólo entendíamos de la letra algo así como Asín Esán y la cantábamos sin cesar ante el espejo del baño con una toalla en el pelo cada uno para imitar sus rubias melenas. Nos podíamos pasar así horas, con la ventaja de que, si uno tenía una necesidad escatológica, la podía hacer allí mismo sin dejar de cantar.
Si uno se equivocaba en una sílaba o en una nota, le tocaba una pedagógica reprimenda que soportábamos estoicamente por la música.
Luego, de mayor, he buscado la intensidad de aquellas vivencias infantiles y nada se le parece; si acaso, un poco el alcohol o el deporte intenso. Pero la infancia siempre es mejor: allí la intensidad se consigue porque Dios quiere, no porque uno haga esfuerzos por alcanzarla.
6 comentarios:
Don Epifanio:
en alguna ocasión, todos hemos jugado a imitar los concursos y programas de televisión.
A mí me gustaba jugar a cantar con un micrófono (un trozo de caña) atado a un cable (cuanto más largo, mejor).
25 neutonios televisa2.
¿Y no se subió usted a una piedra como si aquello fuera el escenario? ¡Con razón sigue siendo usted feliz!
Cuántas cosas juntas: Eurovisión, mis hermanas, cantar a grito pelao... El deporte no lo he probado pero ellas me llaman intensa. Sigo en busca de la infancia perdida pero solo es regalo, a qué mis esfuerzos. Me he complicado.
Gracias, Cotta. La verdad es que te imagino con la toalla-melena.
Lolo, ¡menuda pandilla habríamos formado mi hermano y yo con tus hermanas organizando el festival de eurovisión! En el cielo tiene que haber una sección para gente como nosotros.
Felicidad y confianza infinita: esa es la infancia pasada entre hermanas.
Daniel, entonces tú y yo habríamos tenido más si hubiéramos sido hermanas.
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