Una ventaja de estar calvo la descubrí en los baños árabes a la que me invitaron unos amigos míos.
Cuando llegué a la sala del masaje, las manos de la masajista envolvieron mi cráneo con una suavidad contundente, omnímoda, perfumada, si todo eso es posible a la vez. Yo, que admiro a los hombres melenudos, me alegré aquel día de poder ofrecer a aquella taumaturgia manual mi cabeza pelada, para que aquellos dedos, que con cada contacto me arreglaban cientos de miles de neuronas, no encontraran obstáculos en sus sabios deslizamientos. Todavía me duran el perfume y la terapia.
Y, por no cambiar de asunto, heme aquí con la calva presidida por una paloma, en una instantánea captada por mi alumna Hipatia tras una visita al Museo Arqueológico de Sevilla.
En el preciso instante en que la paloma se me posó en el cráneo, se me ocurrió una gran idea.
Gracias a la masajista, a Hipatia y a la paloma.
2 comentarios:
¡Espero que las palomas respetaran su pulcritud, don Epifanio!
25 neutonios colombinos.
No sería la primera vez, porque ellas no saben controlar sus esfínteres. 25 neutonios alados
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