El otro día una alumna mía, que en clase llamamos Juno, nos trajo unos caramelos de violeta en una bolsita muy mona y bien presentada y los puso en la mesa para todos. Le pregunté si era por algún motivo especial y me dijo que no.
Me pareció muy bonito precisamente que no hubiera un motivo especial. Eso significaba que lo especial éramos nosotros, aquellos a los que ella quería agradar con ese gesto, aquellos por los que valía la pena hacer algo especial.
Hay personas que, allá donde van, con su malos humos, sus malas palabras, sus malos sentimientos y malos olores, producen sufrimiento a su lado; otras hay que, aunque no llevan el sufrimiento, lo consienten a su lado. Y otras que, como Juno, ni lo llevan ni lo consienten, sino que traen consigo aquella primera edad de oro en que no había muerte ni dolor, cuando la libertad se usaba para el bien, y el bien era para la libertad; cuando no había que castigar a la Tierra para sacarle el fruto; cuando Adán y Eva aún no habían mordido la manzana y paseaban con Dios por el Paraíso.
Gracias a Juno y a tantas otras personas por traer consigo la edad de oro con sola su presencia, por no consentir dolor a su lado, por irradiar luz y derrochar simpatía. Gracias a ellas, cuesta menos trabajo levantarse los lunes por la mañana.
2 comentarios:
Don Epifanio:
los regalos que vienen así, por sorpresa, son los mejores.
Aunque, a veces, como nos pillan desprevenidos, solemos ser más pensados y queremos ver cosas que no son.
25 neutonios sorpresivos.
Don Dyhego, menos mal que lo de "piensa mal y acertarás" es mentira casi siempre. Un abrazo superneutónico
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