sábado, 13 de octubre de 2012

Amor, boda, madre, muerte

Hay personas que sólo veo de boda en boda y me llevo de ellas la imagen más agradable que puede dar un ser humano, porque van de punta en blanco a la ceremonia y, luego, al final del banquete se ponen a beber y bailar, eso sí, los hombres sin quitarse la corbata y las mujeres quitándose los tacones.

Primero lo apolíneo y luego, como Dios manda, lo dionisíaco.

En las bodas de Caná, Cristo también bailó.

En esta última boda hemos cantado a los novios una canción y luego ellos, jóvenes y guapos, abrieron el baile. Ahora estarán camino de Roma, para erotizarla aún más.

El amor fue el único don que no se perdió tras la expulsión del Edén. Es lo que nos queda del paraíso perdido. Por eso hay que cultivarlo hasta la muerte. Él nos dio origen y él ha de acompañarnos hasta la muerte.

Por eso en esta boda hemos cantado todos tan fuerte, sobre todo los amigos de los novios

Al final del todo, agotado de tanto bailar, me senté un momento al lado de mi madre, sin decirle nada. Me conmovió su presencia, bella en su vejez, inocente, delicada, dadivosa con los míos y mis amigos. Se me hizo un nudo en la garganta, deseé alejarla de la muerte cien siglos más, devolverla al día de su boda, alegre como yo, de donde nacimos yo, mis seis hermanos, sus diecisiete nietos y sus cuatro biznietos.

Gracias, novios, por un día tan bello.

2 comentarios:

lolo dijo...

Qué belleza de madre.

Te leí un día que allá después de la muerte seremos novios.

Y sí, también yo creo que bailó. Seguro.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Lolo, tus palabras me llegan en el mejor momento. Gracias de veras.