El otro día, al salir del trabajo, asistí a una escena curiosa. Bajo un árbol, dos mucamas hispanoamericanas habían aparcado a sendos ancianos en silla de ruedas y ellas, sentadas en un banco, charlaban animadamente entre sí intercambiando vídeos o datos de sus móviles.
Los ancianos estaban bien cuidados, limpios y en su paseo matinal. Sus hijos o ellos tenían el dinero suficiente para pagarse una mucama. El barrio en que los vi es bueno. Estaban disfrutando de su jubilación, aunque sea en silla de ruedas.
Entonces, ¿por qué me pareció tan triste la escena?
Quizá porque sé que algún día yo estaré como ellos. Ya no dirigiré: me dirigirán y, encima, pagaré por eso y tendré que estar agradecido de no estar, como otros de mi edad, en cama o criando malvas. Se sentará mi mucama a hablar con su colega (“Mi viejo tal y cual” “Pues el mío…”).
Lo único que puedo hacer ahora para que mi final sea un poco más feliz es ganarme desde ya el amor de todos los míos. Quererlos no me garantiza un final más feliz, pero menos me lo garantiza no quererlos.
3 comentarios:
Pensar en el final nos hace conscientes del sentido que podemos darle a la vida. Gracias por la compañía, Cotta.
Lolo, gracias a ti por estar ahí.
Don Epifanio:
triste situación, la de no poderse valer por sí mismo.
No quiero llegar a esa situación. Haré todo lo posible para que encontrarme en una situación parecida, o peor, desde luego.
25 neutonios válidos.
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