jueves, 2 de abril de 2009

El bozo

Recuerdo la invasión hormonal que sufrí en mi adolescencia. Yo era un incendio con patas. Pero me esforzaba lo indecible por que no se notara.

Un día, en una discusión familiar, uno de mis seis hermanos me acusó de afeitarme el bigote en secreto. Y yo dije: ¡Mentira!, cuando era una verdad como un templo que era tan ridículo negar, que se produjo una risotada general.

¡Qué edad más tonta! Sin embargo, no dejo de recordarla con cierto cariño. Me estaba inaugurando como hombre y no entendía lo que me pasaba.

Cuando mis alumnos se ponen un poco insoportables, me digo: Jesús, recuerda: incendios con patas.

14 comentarios:

Dyhego dijo...

¡Ay, don Jesús! La adolescencia, qué época tan contradictoria.
Reciba un cordial saludo.

Juanma dijo...

Una vez más me mueves a confesiones: D. José Pedro (a quien le debo mi amor a la lengua y a la literatura. Deuda impagable) nos decía que...en fin, estábamos en la edad y eran otros tiempos...la masturbación daba granos en la cara. Pero claro, era la adolescencia del acné. Qué mal lo pasaba cuando granito, inoportuno, a veces delatador, a veces no, amanecía conmigo.

Un abrazo, querido Jesús.

Jesús dijo...

Yo, más que incendio con patas, fui caos con patas. ¡Qué gusto haberla dejado atrás! "Esa juventud tan alabada de la vida se me aparece como una época mal debastada de la vida, un período ópaco e informe, huyente y frágil": M. Yourcenar por boca de Adriano. ¡Ay, qué gusto estar en los 40 y algo!

Gerardo V. dijo...

Querido Jesús, cuando la hormona empieza a esponjarse, pica que es un gusto y hay que rascarse y más pica y más gusto y otra vez a rascarse. ¡Que hervor, que fiebre, cuanta ceguera!. y qué calor.
Ese fervor adolescente, ¡qué alegría!
Gerardo

Alonso CM dijo...

¿A qué edad cesan los picores de las patas? Creo que no van a acabar nunca.
Un saludo

Juan Antonio González Romano dijo...

Siempre que se habla de la qadolescencia me acuerdo de Memorias de áfrica y del brindis que hacía la protagonista: "Por la cándida adolescencia". Cuando convive uno a diario con adolescente o cuando recuerda cómo fueron aquellos años, sólo siendo tremendamente generoso se me aviene bien el adjetivo "cándida". Tu negativa a admitir el afeitado fue, en efecto, cándida. Ojalá esa candidez primase sobre los inciendios hormonales que provocan tantas reacciones y comportamientos tan escasamente cándidos.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Hay incencios que duran toda una vida. Parece que miradmealmenos ya lo ha apuntado. Como dice un amigo mío, qué calientes estamos, así en invierno como en primavera, en otoño o en verano.
Ya decía Jardiel Poncela que el hombre sólo se diferencia de los animales en que su época de celo dura todo el año...

eres_mi_cruz dijo...

¡bozo a lo bonzo!
¡¡¡¡banzaiiiiii!!!!

Antónimo dijo...

Yo recuerdo mi primer bigote como un trauma. Sin embargo con 18 años me dejé un bigote tan largo que me cubría casi toda la boca.Así somos, lo que un día nos avergüenza más tarde nos autoafirma.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Don Dyhego, no lo sabe usted bien. Si es contradictoria ahora, ¡cuánto más antes, que no sabíamos lo que éramos!

Juanma, si yo hubiera sido alumno de don José Pedro, habría estado todo el día tapándome la cara, porque yo también tenía granos.

Suso, coincido contigo. Mis cuarenta años son felices en comparación con aquella confusión, pero tuvo su encanto la transformación de púber.

Gerardo, acabas de definir mejor que yo lo es la adolescencia, al menos en mi caso. Te ha salido poético y libre.

Ojalá no acaben, Miradmealmenos. Señal de salud y alegría.

Juan Antonio, yo no la calificaría de cándida. Esa época, si es que realmente es época y no una simple transición, es el final de la candidez.

Octavio, nuestro Jardiel creo que recordaba el principio del Libro del Buen Amor, que atribuye a Aristóteles esa afirmación tan cierta y esperanzadora.

Eresmicruz, por la época de esa canción era cuando me salió el bozo, creo recordar. Gracias por recordárnosla.

Antónimo, qué complejamente simples somos los hombres. A ver si escribo una entrada con todas esas cosas de las que una vez nos avergonzamos y de las que luego nos enorgullecimos. Seguro que tiene que haber más.
Un abrazo a todos.

Mirna dijo...

En cambio, las niñas, algunas claro, esperábamos con ilusión los primeros tirones de la cera. Madre mía qué equivocadas estábamos, y fue empezar y no parar.
Un beso.

Javier Sánchez Menéndez dijo...

Esa época repleta de energia y vitalidad, donde el amor propio jugaba el papel más importante en nuestras vidas.

Un abrazo Jesús.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Mirna, a mí, sin embargo, no me hacía ilusión afeitarme todos los días. Y ahora lo sobrellevo con dignidad, claro que afeitarse no duele tanto como la cera.

Javier, lo acabas de definir muy bien: el amor propio era lo importante. Un abrazo

Mery dijo...

Es verdad, qué época tan tonta; yo me recuerdo como una peonza que no encontaba su sitio, ni con los niños, ni con los mayores. Entre dos mundos antagónicos.
Muy graciosa tu candidez semi imberbe. A nosotras, en cambio, lo que nos daba muchísima vergüenza era el incipiente abultamiento de nuestro pecho, un tormento intentando ocultarlo.

En fin, años extraños, pero felizmente recordados.

Un abrazo