La espalda, por ser tan grande, debería tener ojos o boca. No es justo que una parte tan grande de nuestro cuerpo esté a la merced de puñalás traperas y sin poder ver el mundo. Deberíamos ser como el bifronte Jano.
Las espaldas son unas extensiones tales que una mano en ella se pierde. Si te rascan en un punto, inmediatamente te pica en otro y así usque ad infinitum. Ésa es sin duda la mayor habilidad de la espalda.
El mundo se divide entre los que prefieren caerse de espaldas y los que prefieren caerse de bruces, entre los que prefieren tu espalda y los que prefieren tu cara.
Hay quien usa las espaldas para acarrear las penas de los demás y arrastrar, sin que se note, una penosa cruz. Otros, para lucirlas en la playa; otros, para tatuarse una palmera que nace en el coxis y colmada de aves del paraíso.
¿Y qué me decís del agua fulgurante de una cascada golpeándote la espalda con toda su potencia y su frescor?
La ventaja del homo sapiens es que no hay parte del cuerpo a la que no lleguemos con las manos. La espalda se nos resistía, pero lo hemos conseguido.
Hay espaldas de Hércules y espaldas de doncel. Hay espaldas de Gina Lollobrigida y espaldas frágiles a lo Audrey Hepburn. Yo quisiera para mí las espaldas de ese cuadro.
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