Me reservo para el final la lujuria. Supongo que la lujuria no es el deseo sexual, sino el ser dominado hasta tal punto por ese deseo, que uno reduce al otro a mero objeto de placer. La lujuria es como una pantalla en los ojos que hace que uno no vea a doña Estefaldina, sino un par de tetas y un buen culo. Es ver al otro con ojos pornográficos. Hay que reconocer que es muy tentador. Es más cómodo disfrutar sin más de unas tetas que tener contenta a su dueña. Por eso la prostitución tiene tanto éxito.
Todos los pecados capitales surten efectos perniciosos, pero el único efecto de la lujuria es que te puede llegar a dominar. Cuando el sexo no es tu siervo, se convierte en tu señor (algo así decía Chesterton).
La lujuria nos lleva a hacer a veces muchas tonterías: mendigar sexo mercenario en un antro, poner un cuerno sólo para probar una experiencia que en casa nos está vedada, desperdiciar horas preciosas de nuestro tiempo contemplando en la pantalla cómo otro que no eres tú se lo monta mucho mejor que tú, y otras muchas cosas que no se pueden decir.
Pero la lujuria tiene una cosa buena: es muy fácil que el amor la redima y la domestique. Entonces se convierte en una caldera sensual del amor. Mucha lujuria y mucho amor es el secreto de los buenos amantes. Hasta Nacho Vidal les dice a sus compañeras de escena: Quiéreme unos cinco minutos y todo saldrá bien.
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