En este cuadro de Ingres, la diosa Tetis acaricia mimosa la barbilla del majestuoso Zeus para que permita que los aqueos comiencen a perder ante los troyanos para castigar la ofensa que el jactancioso Agamenón ha infligido a Aquiles arrebatándole a su esclava. Una mano de mujer en la barbilla de un hombre tiene muchísimo poder.
La barbilla siempre me ha parecido como el Peñón de Gibraltar, que separa la cabeza europea del cuerpo, siempre un poco más africano. Hay barbillas prominentes como las de los Habsburgo y barbillas neandertales que casi no se ven. A mí me gustan recias en el varón y delicadas en la mujer.
Ahora que estamos en época de igualdades, propongo a la ministra que busque un nombre específico para la barbilla femenina, porque en ella no crece barba. Por ejemplo, la barbilla del varón podría ser el barbillo y la de la mujer la pelona.
A mí lo que me gusta de la barbilla es que, cuando me afeito, no puedo resistirme a la tentación de hacer diseños con el pelo: si me quito de aquí, parezco un mosquetero; si me dejo de allá, parezco un filosofillo. Al final siempre me la acabo rasurando toda: o toda la barbilla mora o toda cristiana.
Las barbillas que más me gustan son las barbillas con hoyuelo a lo Kirk Douglas. Los buenos pintores saben distinguir muy bien la barbilla femenina de la masculina. Algunos rostros de hombres parecen femeninos sólo porque no tienen la barbilla angulosa y recia. ¡Ay lo que darían algunos transexuales por tener una barbilla como Nicole Kidman!
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