sábado, 16 de agosto de 2008

Una variante ladina de la falacia ad hominem

A mí me gusta hablar de casi todo, pero siempre hay alguien que, en el furor de la discusión, me suelta eso de que yo no puedo opinar sobre tal asunto porque no lo he sufrido en mis carnes. Si sólo pudieran opinar de un problema aquellos que lo tienen, no podríamos hablar de casi nada y además no podríamos solucionar casi ningún problema, pues los solucionan mejor aquellos que no lo tienen que los que lo tienen y no ven más allá de su problema.

4 comentarios:

Yo misma dijo...

Dichoso tú que opinas. Yo oigo, valoro y si veo que nunca "padecí" lo que se habla, no suelo hacerlo, no porque esta opinión sea inconsistente, sino porque si no se vive un problema en primera persona, la opinión es eso, opinión. A veces también porque si se trata de algo difícil, grave o intenso, sólo siento que puedo hacerlo con las personas que quiero o con las que tengo especial confianza.Estoy contigo en que separarnos nos hace ver el problema desde fuera quizás con más claridad, pero sé que como no lo vivo en mis carnes,no puedo aventurarme a aportar sobre lo que no conozco, mi opinión no será solución a nada y a veces no me apetece llevar a alguien al límite de decirme que no debería hacerlo sin vivirlo pues, como decía Epícteto: "Lo que perturba a los hombres no son precisamente las cosas, sino la opinión que de ellas se forman". Y yo no perturbo por perturbar ( es mi caso, evidentemente hay libertad para hacerlo siempre...).Un saludo, Jesús.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Bueno, en realidad, yo no voy soltando opiniones por ahí, sino que más bien actúo como tú. Yo me refiero más bien a esos momentos en que se discute sobre algún asunto más o menos filosófico o ético y te sueltan eso de que como tú no eres mujer o tibetano, no puedes opinar sobre no sé qué asunto. Respecto a lo demás, sólo tenemos opiniones y creo que es bueno decirlas cuando alguien te cuenta un problema. Seguramente está deseando que se la digas. Un saludo

Anónimo dijo...

Los anticlericales usan esta falacia para cargar contra los ministros de la Iglesia Católica, que tanto hablan de la familia (la Iglesia es la única que realmente se ocupa de ella) pero no la tienen porque son célibes. Es una falacia terrible porque le corta las alas a la potencia racional de nuestro cerebro para llegar más allá de donde nos pueden hacer llegar nuestros pobres minutos. No podríamos hablar de qué fueron Grecia y Roma, porque no estuvimos allí. Opinar sin haber experimentado puede ser tan imperfecto como la propia experiencia, porque sólo si nos damos la vuelta vemos lo que hay detrás, momento en que dejamos de ver lo que antes teníamos delante. Si esa falacia se hiciera dogma la ciencia desaparecería.Ahí tenemos a los ginecólogos, que, en general, lo hacen bien.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Querido Felipe, ese comentario lo suele decir la gente que se queda abrumada ante la contundencia de tus argumentos. Para no tomarse la molestia de rebatirlos, te sueltan eso de quién eres tú para opinar sobre eso. Un abrazo, amigo