lunes, 8 de diciembre de 2008

Bucólicas

He estado cogiendo naranjas, limones y mandarinas en un huerto. Estaban los árboles tan cargados como árboles de navidad. El limonero me ha pinchado, pero es justo que le pague el tributo de un poco de sangre a cambio de tantos limones tan gordos, tan prietos, tan aromáticos. Y las mandarinas han hecho hoy las delicias en una mesa con más de dieciocho comensales. En cuanto a las naranjas, ay, las naranjas... Las naranjas están hechas para la boca del hombre. Se pelan bien, perfuman las manos y sus gajos no son ni muy grandes ni muy pequeños. Cuando uno se come una naranja madurada en el árbol, cierra los ojos sin querer. Es una sensación fuerte y dulce. Lo mejor de la Tierra negra y parda está en ese sol líquido y refrescante.
Siempre que me meto entre naranjos y limoneros, me ocurre lo mismo: me dan unas ganas locas de abandonar el mundanal ruido, de retirarme al campo a vivir de lo que labro y de escribir poemas sólo cuando los frutos maduren.

2 comentarios:

Juanma dijo...

Qué bonita entrada (no tanta muerte, Jesús) y qué me ha gustado eso de que las naranjas están hechas para la boca del hombre. También para sus manos.

Un abrazo, querido Jesús.

Jesús Cotta Lobato dijo...

Tienes razón. A partir de ahora, más vida. Ah y la sandía está hecha para ser comida por cuatro en la hora de calor.